Lejos de mí la intención de rebajar el mérito de que una persona que
se proclama invidente y carece del auxilio de la ONCE haya alcanzado los
más altos puestos del Gobierno. Dicen que de no ser amiga de Rajoy, hoy
sería la urdangarina de Sepúlveda, su ex-marido, cuyo
Jaguar no veía Mato en el garaje familiar, tal vez porque estaba oculto
tras otro enorme vehículo, un 4x4 de la marca Gurtel, que tampoco veía,
la pobre. De haberlo visto, se habría preguntado quién lo pagaba y se
habría evitado tanta ignorancia, hija de la invidencia.
La ministra Marianela, o la Marianela ministra, porque no hay
cieguita más simpática que la de la novela galdosiana, tiene, por tanto,
un enorme valor, de ahí que su discapacidad psicofísica, matizada por
la amistad rajoyana, no le impidiera alcanzar el Ministerio de Sanidad,
cuyas competencias, al fin y al cabo, están todas transferidas. Sin
embargo, el engreimiento también alcanza a los que deberían agradecer su
suerte sin forzarla; de ahí que Mato pretenda ahora convertirse en la Gran Hermana o, mejor, la Gran Mamá de las familias españolas.
Lo que conocemos del Proyecto de Ley para la Protección de la Infancia parece la ensoñación norcoreana de una déspota con resaca o el clásico alarde político-moral de los manuales de comienzos del siglo XX como el Juanito de Parravicini, La educación del ciudadano de Palau Vera y Cortesía y buen tono, de la Condesa Collalto. O, ya en la posguerra, Educación y mundología de José Antonio de Armenteras. El proyecto de Mato le
hubiera parecido excesivamente intervencionista a la mismísima Pilar
Primo de Rivera en la inmediata posguerra, no digamos en los años del
desarrollismo o cuando el harakiri de las Cortes franquistas. Hasta
aquella procuradora Belén Landáburu, siempre de distinguidísimo azul
mahón, lo hubiera considerado
Lo es. En ese proyecto o producto legislativo se dice que los niños
"deben corresponsabilizarse de las tareas domésticas". ¿Y eso qué le
importa a la ministra? –se dirán muchos-. ¿Y qué hará Marianela
Mato si los niños no obedecen en casa y los padres los denuncian al
Gobierno? –me pregunto yo-. ¿Multarlos? ¿Y quién pagará la multa?
¿Encarcelarlos? ¿Y dónde? ¿Solos o en compañía de sus padres? ¿Desde qué
edad? ¿Y quién se encargará de verificar el grado de incumplimiento de
la ley? ¿Qué jueces establecerán si el niño cometió delito o sólo falta,
si hubo o no hubo dolo?
Explayémonos en la prosa ministerial: "los menores deben participar
en la vida familiar" (se nos antoja inevitable), "respetando a sus
padres y hermanos así como a otros familiares o personas que se
relacionen de forma estable con el núcleo familiar". Así debería ser.
"Los menores deben participar y corresponsabilizarse en el cuidado del
hogar y en la realización de las tareas domésticas de acuerdo con su
edad y con independencia de su género". Menos mal que nos lo aclara la
Ley. Lo que no aclara es cómo.
Vayamos a la escuela. Allí, los escolares "deben respetar las normas
de convivencia de los centros educativos, estudiar durante el periodo
obligatorio y tener una actitud positiva de aprendizaje durante todo el
proceso formativo". Faltaría más. Para eso los llevamos. Pero esto es
más difícil: "Los menores deben respetar a los profesores y otros
empleados de los centros escolares así como al resto de sus compañeros,
evitando situaciones de conflicto escolar". Vale, pero ¿esto no es cosa
de Wert y de las autonomías? ¿Quiere Marianela ser también El árbol de la Ciencia?
Entremos en el área del respeto, que es universal, oceánico, total:
"deben respetarse a sí mismos, a las personas con las que se relacionan y
al entorno en el que se desenvuelven" (…) "respetar la dignidad,
integridad e intimidad de todas las personas con las que se relacionen
con independencia de su edad, nacionalidad, origen racial o étnico,
religión, sexo, orientación e identidad sexual, discapacidad,
características físicas o sociales o pertenencia a determinados grupos
sociales o cualquier otra circunstancia personal o social." (…)
Eso, en lo que atañe a las personas. (cómo adivinará un niño la
orientación sexual de su Seño, no lo sé) ¿Y las cosas? Más: deben
"conservar y hacer un buen uso de los recursos e instalaciones y
equipamientos públicos o privados, mobiliario urbano y cualesquiera
otros en los que desarrollen su actividad" (…) "respetar el medio
ambiente y colaborar en su conservación dentro de un desarrollo
sostenible".
Hasta aquí, como buen menor de edad, que es como a todos, padres e
hijos, nos trata la ministra, he llegado. Pero aquí me paro y no me
muevo hasta que Marianela me explique qué es el "desarrollo sostenible".
¿Es desarrollo que un ministerio produzca semejante melonada? ¿Es
sostenible un Gobierno que nos considera esclavos en lo fiscal y
nasciturus en lo moral? ¿Es ético que una ciega voluntaria dé clases de
ética, que una présbite de jaguares pretenda evitar a las criaturas los
peligros de la selva?
Pues no.
Fuente:libertaddigital.com