Los economistas están consiguiendo que incluso una noción tan popular e
inteligible como la de "corralito" se convierta en un arcano, en un es
no es, en una de tantas cosas que no se entiende de las medidas
económicas de este Gobierno que ganó las elecciones con un programa
liberal y que hasta ahora no ha aplicado más que medidas socialistas
para gestionar la ruina heredada del PSOE. Dicen que ilegalizar el pago
en metálico por más de 2.500 euros "no es técnicamente un corralito",
que supone impedir que los impositores puedan sacar su dinero de los
bancos. Menos mal que no soy economista para refugiarme en los conceptos
técnicos. Menos mal que no tengo en gran concepto las "technicalities"
de los expertos y, por supuesto, puedo decir lo que está a la vista: que
la medida anunciada ayer por Rajoy es el primer paso que nos lleva
hacia el corralito argentino.
¿Por qué? Pues porque el "corralito" es, fundamentalmente, un ataque a
la propiedad y, por ende, a la libertad. El mecanismo peronista, puesto
en marcha nada menos que tres veces en veinte años, es justo eso: un
atentado contra la propiedad privada que usa los bancos como cárceles de
ocasión. Se impide a los ciudadanos sacar el dinero de los bancos,
porque se sospecha que no lo usarán como quiere el Gobierno que lo usen.
¿Y quién es el Gobierno para decidir si se paga en metálico, en cheque
al portador, en cheques nominales o en transferencia bancaria? ¿No le
basta con esquilmarnos a impuestos? ¿No es suficiente que el Gobierno,
todos los gobiernos, las cuatro administraciones (local, provincial,
autonómica y central) incumplan los compromisos nacionales e
internacionales en materia de déficit? ¿Es que además de pagar la ruina a
que nos ha llevado la casta política, hemos de utilizar el poco dinero
que no nos quitan, léase roban, como le parezca al Gobierno manirroto,
al ruinoso Ayuntamiento, a la pródiga Diputación o a la despilfarradora
Comunidad Autónoma?
Pues esto es lo que, con la excusa de luchar contra el "fraude fiscal" o
la "evasión de capitales" ha presentado, sin anuncio ni debate previo,
el Gobierno del PP a un interlocutor muy adecuado: el comunista Cayo
Lara. Pero vamos a ver, señores políticos, doctos economistas, miembros
del Comando Rubalcaba y de la Brigada del Aplauso: ¿alguien va a
invertir en un país del que no se pueda llevar el capital invertido como
y cuando quiera? No es que no se deba, es que además no se puede. Pero
la libre circulación de capitales es la base secular de la prosperidad y
tiene en el respeto a la propiedad privada su piedra angular. Sin ese
sagrado respeto a la propiedad, ni hay libertad ni puede haber
prosperidad. Y la última medida del Gobierno será técnicamente lo que
sea, pero realmente es la primera barda de lo que popularmente llamamos
corralito; o sea, corral. Porque como a bestias o bestezuelas nos trata
un poder incapaz de recortar sus infinitas prebendas y de respetar el
contrato que firmó con sus electores hace muy pocos meses.
En ese camino del Gobierno hacia el peronismo a través del peperonismo,
el único discurso liberal que se deja oír es el de Esperanza Aguirre,
que ha pedido, tras constatar el fracaso en la integración de los
separatistas catalanes y vascos en el Estado de las Autonomías, una
revisión a fondo de ese tinglado que ha roto la nación y ha hundido el
Estado. ¡Y dice Rajoy que revisar ese fracasado y ruinoso engendro "ni
se contempla"! O sea, que sí se contempla y se ejecuta una subida brutal
del IRPF y del impuesto de sociedades, se priva a la gente de gastar el
dinero que guarda en el banco pero no puede siquiera "contemplarse" la
reforma de las taifas autonómicas, de las absurdas Diputaciones, o de
los infinitos Ayuntamientos. Montoro –o sea, Rajoy– y De Guindos –Rajoy,
o sea– nos atracan, pero el Presidente nos prohíbe llamar a la policía
de la inteligencia y a la experiencia histórica de un Gobierno de un
país al que llamábamos España y de un partido al que llamábamos popular.
Aguirre ha dicho que "no es monedita de oro" (para contentar a todos)
pero que dice lo que piensa. Y muchos pensamos que es la única que
utiliza la cabeza para pensar y no para esconderla bajo el ala de la
contabilidad de la Señorita Pepis, que a este paso no va a poder contar
más que lo que adeudamos. Aunque, eso sí, con entrañable acento porteño.
Fuente:libertaddigital.com
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