Texto íntegro del discurso pronunciado por Juan Ramón Rallo este miércoles, durante la entrega del Premio Julián Marías de la Comunidad de Madrid.
"Es para mí todo un honor recibir este premio Julián Marías 2011 para
investigadores del ámbito de las ciencias sociales menores de 40 años. Y
lo es especialmente en unos momentos tan señalados y críticos como los
que actualmente estamos atravesando. No en vano, el tema en el que he
focalizado la gran mayoría de mis investigaciones y merced al cual he
recibido el presente premio ha sido la teoría de los ciclos económicos,
inserta ésta en la tradición liberal de la Escuela Austriaca de
Economía, es decir, en los descubrimientos científicos que a lo largo de
siglo y medio han edificado gigantes intelectuales tales como Carl
Menger, Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, Ludwig Lachmann y, en España,
mi apreciado mentor el profesor Jesús Huerta de Soto.
Es difícil comprimir en tan sólo unos minutos todas las contribuciones
que este riquísimo marco teórico permite aportar a la muy complicada
coyuntura actual, pero sí me gustaría compartir con ustedes dos de sus
conclusiones centrales.
La primera es que la actual crisis económica no es fruto ni del
mercado, ni de la desregulación, ni de la especulación, ni de la
codicia, ni de la desigualdad, ni de una pérdida de valores, ni del
euro, ni de la sobreexplotación ecológica del planeta. No, la actual
crisis tiene unas causas muy bien tasadas: el excesivo intervencionismo
estatal en el sector financiero, materializado en toda una serie de
privilegios hacia la banca que le han permitido durante años expandir el
crédito muy por encima del ahorro realmente existente en una sociedad.
La respuesta frente a esa lacra que representa la recurrencia de los
ciclos de auge artificial y depresión profunda que abaten al capitalismo
desde hace décadas no pasa ni por intervenir ni por regular todavía más
el mundo financiero, sino por someter a la banca a la competencia del
mercado despojada de todos los privilegios que suponen la existencia de
los bancos centrales monopolísticos, el dinero fiduciario inconvertible y
los rescates estatales indiscriminados. No más Estado y menos mercado
sino al revés: más libertad, más competencia y menos privilegios; en
suma, más mercado y menos Estado.
La segunda reflexión que me gustaría transmitirles es que la solución a
la crisis actual no pasa ni por impulsar el consumo, ni por estimular
el gasto público, ni por subir los impuestos, ni por incentivar un mayor
volumen de endeudamiento basado en tipos de interés artificialmente
bajos, ni por abandonar el euro para poder devaluar nuestra divisa
aplacer, ni por crear ineficientes industrias y bancos públicos, ni por
mantenerlas rigideces regulatorias de los mercados que bloquean la
movilidad de los factores productivos. Al contrario, lo que necesitamos
es un volumen muchísimo mayor de ahorro privado y público que, primero,
les facilite a familias, empresas y bancos reducir su asfixiante
endeudamiento y sanear su situación financiera; y, segundo, les permita a
los empresarios más perspicaces de nuestro país ejecutar las
oportunidades de inversión que vayan descubriendo en unos mercados mucho
más libres que los actuales y que tomen la forma de nuevas industrias
que sí generen realmente riqueza y que remplacen a ese cementerio de
elefantes que era y sigue siendo el ladrillo. Lejos de posponer
indefinidamente los ajustes y la austeridad que necesitamos con urgencia
desde hace años, tal como han hecho hasta el momento los gobiernos de
todo signo político, debemos acelerarlos y profundizar en ellos sin
vacilación. Como en el caso anterior, la solución a la crisis no pasa
por más desnortado intervencionismo de corte keynesiano, sino por más
mercado y muchísimo menos Estado.
Desafortunadamente, estas dos contribuciones centrales de la ciencia
económica al análisis de las crisis financieras suponen toda una afrenta
contra el pensamiento estatista que ha colonizado a las sociedades y a
la clase política occidental en el último siglo, tan renuentes ambas a
dejar de gastar el dinero del prójimo y de teledirigir sus libertades.
Por ello, lo más previsible es que no sólo no sean escuchadas, sino que
incluso se termine avanzando en la dirección opuesta a las mismas, por
mucho que esa obcecación anticientífica sólo nos conduzca, a corto
plazo, a alargar innecesaria y dolorosamente la actual crisis y, a largo
plazo, a seguir padeciendo los ciclos económicos maniacodepresivos que
tantas penalidades y empobrecimiento generalizados provocan.
A los economistas, en medio de esta adversa coyuntura, sólo nos queda
la amarga tarea de seguir repitiendo estas verdades básicas aun cuando
casi nadie quiera escucharlas y aun cuando, de hecho, se nos critique
por no aportar soluciones válidas contra los problemas que afectan al
ciudadano. Al final, sin embargo, por la fuerza de la virtud o por la
virtud de la fuerza, no cabrá otra alternativa que, cual gravitacional
ley, darles la consideración que se merecen... a pesar de la frontal
oposición de cuantos se niegan a abandonar el mundo del despilfarro
redistributivo, el crédito barato, el Estado niñera, las redes
clientelares y los privilegios regulatorios. Muchas gracias a todos".
Fuente:libertaddigital.com
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