En estos momentos de incertidumbre política y económica , cuando el estado a traves del gobierno y otras instituciones interviene cada vez más en la vida de los individuos , restringiendo su libertad día a día en aras de un supuesto " bien común" , queremos contribuir desde este blog a difundir los principios del liberalismo , cada vez más necesarios para conservar la libertad y la iniciativa como ciudadanos.

miércoles, 31 de agosto de 2011

La insostenibilidad del gasto social . La derecha conservadora y antiliberal, ante la crisis de deuda

FERNANDO SERRA

Aunque las crisis económicas generan sobre todo penalidades, también sirven para incentivar el ahorro, fundamento básico de todo desarrollo capitalista, y para reasignar las inversiones excesivas o mal orientadas hacia actividades con mayor capacitad de generar riqueza. También los ciclos depresivos deberían aportar enseñanzas a analistas, agentes económicos e incluso a políticos para evitar que se vuelva a caer en errores anteriores.

La crisis actual se gestó por una política monetaria excesivamente laxa por parte de la Reserva Federal desde el inicio de la pasada década y por el Banco Central Europeo después, lo que multiplicó las inversiones con financiación ajena. Se hizo patente cuando muchos activos, los inmobiliarios especialmente, llegaron a estar tan revalorizados por la expansión crediticia que los bajos rendimientos obtenidos con ellos hicieron que a sus dueños les interesara más venderlos.

Estalló entonces la burbuja inmobiliaria que paralizó al resto de los sectores productivos y afectó también a un sistema financiero demasiado expuesto al mercado de la vivienda y ya pervertido por haber solapado muchos años atrás dos negocios bien diferentes. Es decir, por permitirse que una misma entidad pueda endeudarse a corto plazo con sus depositantes y que utilice este dinero ajeno para realizar inversiones a largo, préstamos hipotecarios sobre todo, sin mantener una reserva fraccionaria suficiente que garantice su solvencia. Se creó por tanto un sistema bancario insolvente por naturaleza.

El error del keynesianismo

El ciclo depresivo se agravó cuando los gobiernos aplicaron políticas keynesianas que vanamente intentaron reactivar la "demanda agregada", es decir, el consumo y la inversión, con planes artificiales de estimulo que desincentivaron el ahorro y provocaron enormes desequilibrios fiscales y endeudamientos nunca conocidos. Ha hecho falta en consecuencia emitir deuda pública de forma masiva y con vencimientos agobiantes, lo que ha absorbido recursos y gran parte de la oferta crediticia del sistema bancario, cerrándose entonces el grifo financiero hacia actividades productivas.

Los ajustes realizados, primero por el sector privado de forma espontánea y tardíamente decretados en el público, han determinado que las economías más estancadas apenas generen recursos suficientes para saldar sus deudas y que las administraciones sean incapaces de amortizar sus obligaciones de pago porque, al necesitar refinanciarse una vez tras otra, las emisiones de deuda son cada vez más costosas dado que los inversores reclaman lógicamente mayores intereses, y porque además la fuente de ingresos impositivos ha quedado casi agotada.

Esto ha llevado a los países más despilfarradores al borde de la suspensión de pagos y a que los menos endeudados acudan en su ayuda con préstamos pera salvar la moneda o el sistema financiero que comparten, pero ello hace que también los segundos sufran mayores desequilibrios en sus cuentas y que su actividad se frene igualmente.

La crisis puede haber llegado a un punto de no retorno porque si se deja quebrar a los países más insolventes o se producen salidas desordenadas de la eurozona, posiblemente se desencadene una crisis bancaria similar a la de la Gran Depresión. Por el momento, lo que ya se ha generado es un círculo vicioso que está precipitando a las economías hacia una segunda recesión, agudizada este verano cuando una parte sustancial de la deuda privada es más difícil de saldar debido a que muchos valores cotizados se han desplomado.

Los problemas del euro y los mercados laborales

Una crisis tan compleja y extensa debería aportar muchas y nuevas enseñanzas, aunque tal vez lo más sorprendente es que no ha evitado caer en viejos errores. Ya se sabía que cuando se establece un área económica con moneda única hace falta fijar unos criterios comunes de homogeneidad y estabilidad. Al crearse el euro los países integrantes quedaron sometidos a una única autoridad monetaria que fija iguales tipos básicos de interés y obligados a mantener una inflación controlada y unas cuentas públicas relativamente equilibradas en cuanto a déficit y deuda. Quedaba por aprender, y los inversores del mercado de deuda soberana nos han enseñado en estos años de crisis, que también hace falta que exista en la zona euro otros factores de homogeneidad tan importantes como los establecidos en Maastricht.

Es bien sabido, por ejemplo, que un espacio económico con moneda única no puede subsistir sin total libertad de movimientos del factor capital y del factor trabajo, y así quedó establecido sobre el papel. Pero mientras que esto resulta real con relación al capital, no existe en la práctica cuando la mano de obra intenta desplazarse por una zona monetaria que mantiene muy diferentes regulaciones laborales. Los agentes de cualquier mercado cuentan con una información parcial y los que operan en los de deuda podrían considerar que una divergencia en las tasas de paro es señal suficiente para desconfiar de la solvencia de los países que sufren mayor desempleo.

Sin embargo, los inversores financieros exigen mayor información y, cuando se deshacen de títulos de deuda o reclaman una mayor prima de riesgo a la hora de adquirirlos, muestran su rechazo a mercados laborares poco flexibles como el español, con modelos de contratación rígidos y con intervenciones sindicales que obligan a revisar salarios de acuerdo con la inflación. Los mercados de deuda castigan, en suma, que no sea posible ajustar los costes laborales al incremento de la productividad marginal del trabajo o, dicho con otras palabras, que los salarios no reflejen la contribución del trabajador al aumento de la utilidad del producto o servicio.

La crisis del mercado de deuda ha venido a confirmar que la rigidez laboral que sufre España es incompatible con su integración en el euro y tiene un elevadísimo coste en desempleo.

El peligro de la inflación

Más enseñanzas se deducen del proceso que ha terminado en la crisis de solvencia que padecemos. Experiencias anteriores ya han demostrado que creando dinero por encima de lo que crece la economía solamente se consigue aumentar la inflación, lo que provoca a su vez que los tipos de interés reales, los que verdaderamente influyen sobre las decisiones de ahorro, inversión y consumo, tiendan a bajar.

Si además los bancos centrales mantienen los tipos básicos excesivamente reducidos, los ahorradores, inversores y consumidores recibirán una distorsionada información que les hará ahorrar poco y endeudarse mucho, realizando entonces las empresas inversiones arriesgadas y gatos excesivos los consumidores. Y si para colmo los gobiernos –todos, aunque algunos más que otros- se endeudan alocadamente al aplicar estímulos económicos y monetarios artificiales, como el Plan E de Zapatero, se llega a la terrible situación actual.

Si bien el endeudamiento privado tiende a corregirse espontáneamente -aunque con grandes dificultades cuando se combina con uno público que resta recursos a empresas y particulares-, los mercados nos han mostrado que la deuda soberana tiene un límite que, sobrepasado, paraliza la actividad económica y conduce irremediablemente a la quiebra, resultando además incompatible con la estabilidad de una zona monetaria.

No obstante, el endeudamiento no es un fenómeno reciente sino que viene de muy lejos aunque se haya disparado por los estímulos artificiales aplicados durante los cuatro años de crisis. Según datos de Intelligence Unit, el endeudamiento público mundial era ya el pasado año de 42,6 billones de dólares, casi el 60 por ciento del PIB del planeta, frente a los 28 billones de 2007 cuando empezó la crisis. Es decir, ha crecido un 50 por ciento en tres años. No obstante, en 2000 la deuda pública mundial sumaba 18 billones, por lo que resulta que durante los tres años de recesión ha aumentado en unos 5 billones -1,6 billones de media cada año-, mientras que en los siete anteriores de expansión el endeudamiento creció 10 billones -1,4 billones por año-, una diferencia por tanto muy escasa. Y se ha concentrado más en los países desarrollados que en los emergentes, al margen del color político de sus gobiernos.

El descomunal aumento del sector público y de la deuda acumulada se debe sobre todo a un Estado de Bienestar que ha ido agigantándose a lo largo del siglo y que ya dedica en prestaciones sociales alrededor del 65% del gasto público total, como sucede en la zona euro. Las funciones esenciales y tradicionales del Estado -defensa, justicia, seguridad y política exterior- suponen aproximadamente el 10% del presupuesto, mientras que el gasto corriente, obras públicas, financiación de la deuda y otros asuntos económicos se llevan alrededor del 25% restante.

Así pues, el actual problema de deuda no se debe sólo a los recientes planes de estimulo, ni siquiera en la inyección monetaria y crediticia de la década anterior, sino que estas políticas han venido a colmar un endeudamiento que se ha ido acumulando por mantener deficitarios durante muchos años los ingresos sobre los gastos. En España, durante el siglo y medio comprendido entre 1850 y 2000, solamente en 29 años los presupuestos se han cerrado sin déficit.

Insostenible gasto social

El núcleo de la crisis de la deuda actual reside en el insostenible, y en muchos casos ineficaz, gasto social –pensiones, sanidad, educación y desempleo, fundamentalmente-. Esto es lo que despierta las mayores dudas sobre la solvencia de los países que mantienen desequilibrios en sus cuentas, acumulan abultadas deudas, las refinancian con calendarios de vencimientos apretados y tienen sus economías estancadas. Los mercados de deuda saben perfectamente que recortar el gasto corriente sin tocar el social es totalmente insuficiente para hacer frente a la abultadísima deuda, que en realidad en mucho mayor de lo que indica la contabilidad oficial.

Según los criterios de la UE, no se contabilizan como déficit los compromisos de pago derivados de un sistema piramidal y de reparto de las pensiones, y de una sanidad y educación públicas que, por gratuitas y universales, generan demandas infinitas, así como tampoco las facturas emitidas por proveedores pero no pagadas por las administraciones. Teniendo presente todos estos compromisos, el pasivo total español, tanto público como privado, externo e interno, alcanzaría el 350% del PIB, es decir, tendríamos que estar tres años y medio trabajando sin consumir nada para saldar nuestra deuda.

Los mercados también expresan con claridad que un problema de deuda únicamente se soluciona con medidas que tienen como objetivo principal saldarla o, si no es posible de forma inmediata, que se plantean negociar con los acreedores una quita sobre el principal o una ampliación de los plazos de vencimientos con nuevos intereses.

Algo simple y que bien conocen las empresas y particulares que se declaran en concurso de acreedores, pero que no terminan de entender los políticos. Por ello fracasan estrepitosamente todas las alternativas que proponen: rescate de los países en quiebra con nuevos préstamos; compra de títulos por parte del Fondo de Estabilidad o del Banco Central Europeo, es decir, monetización de la deuda lo que genera inflación y transferencias de rentas desde los ahorradores a los deudores; emisión de eurobonos, o prohibición de operaciones especulativas a corto o de ventas al descubierto.

Peor es que se pretenda, como quieren el candidato Rubalcaba o el Nobel Krugman, insistir con nuevos planes de estímulo, es decir, con más endeudamiento. En esencia, todas las propuestas políticas suponen "pasarse la pelota" de un deudor a otro o, en el peor de los casos, "engordar la pelota" creando más deuda.

Ninguna empresa y particular con problemas de solvencia por haber gastado más de lo que ha ingresado durante un largo tiempo optaría por seguir endeudándose y pensaría, por el contrario, que sólo cabe ajustar drásticamente su presupuesto por el lado del gasto. Si el sentido común sigue imperando y la deuda creciendo, elegiría reducir primero la mayor partida del gasto. Parece sin embargo que este sentido es muy poco común entre la clase política de uno u otro signo.

Las funciones del Estado

Solamente el sector más opuesto al intervencionismo del Partido Republicano norteamericano parece comprender que el Estado debe volver a sus funciones decimonónicas, reduciendo su tamaño y ofreciendo prestaciones sociales de forma únicamente subsidiaria, mientras que la derecha europea es tan defensora del Estado de Bienestar como la izquierda, si no más. Basta recordar la posición que tomó Rajoy ante el sorprendente giro que realizó Zapatero cuando en mayo de 2010 anunció un tímido recorte del gasto. El presidente del PP se opuso al paquete de medidas que se concretaron en una bajada de sueldos a los funcionarios, congelación temporal de las pensiones, paralización de obras públicas, eliminación del "cheque bebé" y reducción de la ayuda al desarrollo. Y también se opusieron los populares a la única reforma de importancia realizada durante la crisis, la del sistema de pensiones, que supondrá una bajada de las prestaciones de alrededor del 20% a partir de 2013, un recorte absolutamente necesario para al menos alargar la vida de un sistema que está abocado a la quiebra, aunque seguramente llegará tarde para evitar la suspensión de pagos.

El PP se limita a decir machaconamente que el Gobierno de Zapatero ha hecho el mayor recorte de los "derechos sociales" de la historia y propone como alternativa meras reducciones del gasto corriente y la eliminación de algunas subvenciones, creyendo que así será posible recuperar la solvencia y generar empleo (sic). Cuando un partido socialdemócrata como el PSOE se atreve a recortar el Estado del Bienestar –rebaja de las pensiones y del subsidio de desempleo-, sorprende que los dirigentes del partido de la oposición que más se proclaman liberales actúen en sentido opuesto.

Este es el caso de la presidenta madrileña Esperanza Aguirre cuando defiende con entusiasmo la prestación de la sanidad de forma "universal y gratuita" y se opone al copago, al tiempo que extiende la educación pública a cada vez más colectivos y con mayores servicios. Al margen de que afortunadamente ninguna prestación es nunca totalmente universal ni gratuita, introducir el copago en la sanidad, como ya existe en casi todos los países europeos, tendría efectos beneficiosos sobre la demanda ya que sería al menos mínimamente regulada por el mecanismo de precios y no como ahora por las listas de espera o por la saturación del servicio, siendo lo de menos el efecto recaudatorio que tuviera.

Una política que tanto hace gala de sus convicciones liberales, y que en consecuencia es partidaria de reducciones impositivas, debería también entender que sin recortes del gasto las rebajas de impuestos son inútiles. Cuando las empresas y familias soportan menos carga impositiva, los recursos liberados se dirigen más a incrementar el ahorro que hacia el consumo o la inversión en las etapas depresivas. Pero si al mismo tiempo el Tesoro se ve obligado a emitir títulos con rentabilidades atrayentes, al ahorro será absorbido por el mercado de deuda pública. Así pues, las bajadas de impuestos sin reducciones paralelas del gasto público no inciden positivamente sobre el ahorro y no ayudan por tanto a salir de la crisis.

Es indudable que la derecha, además de desconfiar de los estímulos gubernamentales encaminados a reactivar la economía, es más consciente que la izquierda de la importancia que tiene mantener el equilibrio presupuestario y una presión fiscal reducida. Por eso suele ser más cuidadosa con el gasto público aunque es tan partidaria como la izquierda en dedicar ingentes partidas a la educación, la sanidad y las pensiones, los grandes pilares del Estado de Bienestar. Pero lo que más sorprende es que también la derecha supuestamente liberal sea la más firme defensora de ofrecer estos servicios sociales de forma gratuita y universal, algo que encierra en su propia naturaleza el cáncer de la insolvencia por generar demandas infinitas con ofertas limitadas.

No resulta tan extraño al comprobar que a lo largo del pasado siglo fue la derecha la que creó y luego abanderó –aunque la socialdemocracia concluyó el proceso- la monopolización por parte del Estado de unos servicios sociales que antes eran ofrecidos por instituciones privadas, religiosas muchas de ellas. En su libro La economía explicada a Zapatero y a sus sucesores, Pedro Schwartz busca los pensadores y políticos que más han contribuido en lo que él califica "la disolución de la tradición liberal clásica a manos de élites sentimentales". Cita Schwartz entre los protagonistas de este empeño al economista John Stuart Mill, al canciller alemán Otto von Bismarck, al presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, al reformador social británico William Henry Beveridge, e incluso a John M. Keynes cuando su pensamiento "bipolar" le acercaba al liberalismo. Posiblemente habría que añadir al teórico de la justicia social John Rawls.

Todos ellos mantuvieron posturas contrarias al socialismo marxista y, desde posiciones conservadores, e incluso liberales en algunos aspectos, crearon las bases teóricas y políticas de lo que hoy se entiende como Estado de Bienestar y que, curiosamente, ha terminado siendo la principal seña de identidad de la izquierda, tanto la socialdemócrata como la comunista. Mill porque defendió la economía de mercado para la producción y el socialismo para la distribución; Bismarck porque fue el primero que instauró el sistema de seguridad social para los trabajadores industriales alemanes que luego se universalizó bajo el Tercer Reich; Roosevelt porque con su New Deal consiguió que en Estados Unidos se denomine "liberal" a lo en Europa se entiende como "socialista", Beveridge porque en su famoso informe defendió que el bienestar de la sociedad sea "responsabilidad del Estado", y Keynes porque siendo simpatizante en los años veinte del Partido Liberal comenzó a defender la posibilidad de reducir el desempleo gracias a un Estado benefactor que realice obras públicas. Por su parte, el filósofo norteamericano "liberal" Rawls defiende el papel social de los poderes públicos desde la ética al considerar injusto que no exista control individual frente a las desigualdades, siendo entonces el Estado de Bienestar el encargado de garantizar la equidad.

Todos ellos han contribuido a que nuestros políticos actuales, ya sean de izquierdas o de derechas, hayan asumido una ideología que considera "derechos" a lo que son meras "necesidades", y a complacer a sus electorados con servicios sociales cada vez más costosos sin aceptar el incómodo coste de elevar los impuestos para pagarlos. Como han demostrado James Buchanan y Richard Wagner en su obra Democracia en déficit, al romperse el nexo entre gasto público y tributación, la clase política ha descubierto que endeudándose consigue transferir la carga a generaciones futuras sin poner en peligro su poder. Y a los ciudadanos-contribuyentes sólo les queda la posibilidad de elegir entre unos políticos y otros igualmente manirrotos.

Fuente:libertaddigital.com

Cospedal quitará 500 liberados sindicales e impondrá más horas a los profesores . ¡¡ Con dos c...... !!.Bien hecho este recorte a la mafia sindical .


La presidenta de Castilla-La Mancha y secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, ha ofrecido los detalles del recorte del 20% a los Presupuestos de la comunidad para 2012, que pasarán de los 8616 millones de euros de este año a unos 6.800 millones. Con este plan pretende ahorrar 1.800 millones, 1.718 en gastos, y 97 más en concepto de nuevos ingresos.

Por otra parte, Cospedal se ha comprometido a iniciar el pago, en este trimestre, de los 2600 millones a proveedores, tanto autónomos como pymes.

Para alcanzar el objetivo del déficit, ha concretado medidas que incluyen la venta de inmuebles sin uso y de otros que posteriormente la Junta castellanomanchega alquilará. Además, prevé ingresar 12 millones de euros a través de la venta de acciones en sociedades privadas como Gas Natural o Telecom. Los recortes llegarán incluso a los vehículos de propiedad pública, algunos de los cuales serán puestos a la venta con el fin de recaudar hasta 4,5 millones.

El plan de ajuste pretende además eliminar la administración paralela de la comunidad autónoma, lo que conlleva la supresión de la Oficina de la Junta en Bruselas y el Defensor del Pueblo, entre otras instituciones.

En total, reduciendo los gastos de personal Cospedal espera ahorrar 391 millones. Una de los principales capítulos es el de los liberados sindicales, que pasarán de 785 a 284, lo que supondrá un ahorro de 19,4 millones.

También los profesores se verán afectados. Cospedal les impondrá más horas lectivas, en la línea de lo anunciado por Esperanza Aguirre en Madrid, y también suprimirá 200 plazas de año sabático para docentes.

Además, ha anticipado que el PP, si llega a gobernar, pondrá en marcha una ley estatal que permitirá la privatización de las televisiones autonómicas, y ha asegurado que en Castilla-La Mancha se aplicará en el ente público. De momento, su presupuesto tendrá un recorte del 20% con el objetivo de alcanzar el 50%.

Recorte del 20%

Esta decisión del Gobierno 'popular' se enmarca dentro del compromiso de ajustar el elevado déficit público de Castilla-La Mancha al máximo fijado por el Estado a 31 de diciembre, que debe ser del 1,3%. La propia presidenta explicó el pasado lunes que va a intentar cumplir el límite de déficit, "claro que sí, teniendo en cuenta que en el mes de junio en Castilla-La Mancha había un déficit del 4,9%".

El ajuste establece nuevas prioridades al gasto público para garantizar los servicios esenciales. Por ello irá acompañado de un Plan de garantía de los servicios sociales básicos, aprobado el martes por el Consejo de Gobierno, un compromiso adquirido antes de la campaña electoral para "garantizar la atención de las personas que más lo necesitan". Cospedal informará también en su comparecencia sobre este programa.

Nada más acceder al poder tras las elecciones autonómicas del pasado mes de mayo, Cospedal denunció que el anterior Gobierno socialista de José María Barreda había dejado un déficit en la región por encima del 4% a fecha de 30 de junio, cuando el objetivo para todo 2011 era del 1,3%. Los 'populares' llegaron a afirmar que la región estaba en "quiebra total".

La denuncia por parte de Cospedal del 'agujero' económico dejado por el Gobierno de Barreda fue el centro de la polémica política durante varias semanas, en las que el PP acusó al PSOE de haber ocultado la verdadera realidad de las cuentas públicas, mientras los socialistas acusaban a los 'populares' de "deslealtad" y de "alarmar con datos falsos".

A raíz de esta polémica, se elaboró un informe sobre el estado de las cuentas públicas de Castilla-La Mancha que reveló la existencia de 1.742 millones de euros de facturas sin pagar a fecha 30 de junio, algunas de ellas vigentes desde hacía un año. Anteriormente los socialistas habían reconocido la existencia de 700 millones de euros pendientes de pago.

José María Barreda llegó a admitir entonces que el Gobierno entrante de Cospedal podía tener que enfrentarse a los 1.742 millones porque en los dos meses y medio en los que se realizó el cambio de poder se habían podido acumular las facturas por valor de unos mil millones "en un momento de transición política".

Fuente:libertaddigital.com

Esperemos que sea esto un adelanto de lo que hará Rajoy en el gobierno . Si llega , claro .


Cospedal aplica el mayor recorte de gasto de la historia de España

La presidenta de Castilla-La Mancha y secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, ha anunciado este miércoles un severo ajuste en los Presupuestos de su comunidad para 2012. Reducirá un 20% el gasto público de la región para tratar de combatir la ineficiente gestión económica y el descuadre de las cuentas públicas heradado del anterior Ejecutivo regional del PSOE.

La medida supondrá un ahorro de 1.815 millones de euros en comparación con los Presupuestos de este año, que han alcanzado los 8.616 millones, pasando así a unos 6.800 millones. Este recorte tiene como objetivo intentar cumplir el límite de déficit fijado para las CCAA, del 1,3% del PIB. "Vamos ahorrar 1.815 millones de euros con un plan de choque contra el gasto corriente, el mayor que se ha hecho nunca en toda España.", ha apuntado Cospedal.

Respecto al objetivo de límite de déficit, Cospedal ha vuelto a recordar que a 30 de junio de 2011 su Gobierno se encontró con un déficit del 4,9% frente al 1,3% marcado por Economía. La secretaria general del PP también ha denunciado que el nuevo Gobierno tendrá que hacer frente a una deuda regional de 7.455 millones de euros, y a un total de obligaciones reconocidas y no pagadas por valor de 2.600 millones. Y todo ello con un dinero efectivo para poder gastar de tan sólo 36 millones.

La presidenta asegura que su plan de ajuste prescinde de lo innecesario y aplaza lo necesario, un plan responsable y el único posible debido a que su grupo tiene la obligación de "sanear las cuentas ruinosas con las que nos encontramos".

Instituciones innecesarias y un sobrecoste de las empresas públicas son parte de la herencia con la que se ha encontrado Cospedal al llegar al cargo. Por este motivo, el plan de ajuste se centrará en la eliminación de cerca del 90% de empresas públicas, además de los organismos que supongan una duplicidad de competencias con el Estado central tales como el Defensor del Pueblo regional o el Consejo Económico y Social (CES) de la comunidad.

Cospedal ya ha anunciado que el ajuste del gasto es una pieza imprescindible para garantizar el sistema social regional que irá acompañado de un Plan para garantizar la educación publica, la sanidad y el resto de servicios sociales básicos. Será una Comisión de Vigilancia la que revise el cumplimiento de todo el plan en su conjunto.

También ha matizado que todos estos recortes se harán a coste cero para los castellano-manchegos porque su Gobierno "no subirá ni un solo euro los impuestos a sus ciudadanos".

El nuevo gobierno popular encargó un informe sobre el estado de las cuentas de la región que reveló la existencia de 1.742 millones de euros de facturas sin pagar a fecha 30 de junio cuando el Gobierno de José María Barreda solo reconocía la existencia de 700 millones pendientes.

Tras conocer los resultados, Barreda llegó a admitir entonces que el Gobierno entrante podía tener que enfrentarse a esa cuantía ya que en los dos meses que duró el cambio PSOE-PP se podría haber inflado más de 1.000 millones de euros. Una posibilidad muy poco probable que tan solo confirma que Cospedal se encuentra ante una comunidad en quiebra.

Fuente: www.libertaddigital.com


Golpe de efecto de Cospedal, que prepara un recorte del 20% en el gasto de Castilla La Mancha


La presidenta de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal, se dispone a anunciar este miércoles un drástico recorte en las cuentas públicas para el próximo año. Según ha podido saber EL IMPARCIAL, éste será el contenido de la rueda de prensa convocada para el mediodía por De Cospedal. Si bien las fuentes consultadas no quieren anticiparse a las palabras de la presidenta, el tijeretazo podría ser de hasta el 20% en los presupuestos para 2012, de forma que en el próximo ejercicio pasarán a ser de 6.800 millones de euros frente a los 8.616 millones del año anterior, con lo que se ahorrarán 1.800 millones, según publica Damián Villegas en el diario El Mundo. Esta decisión se inscribe en el contexto de ajustarse al compromiso de déficit adquirido, que debe ser del 1,3% de su PIB en 2011 y 2012.

De Cospedal aseguró el pasado lunes que intentará cumplir ese objetivo, aunque matizó que no sería fácil "teniendo en cuenta que en el mes de junio en Castilla-La Mancha había un déficit del 4,9%.

Todas las comunidades autónomas se comprometieron a reducir su déficit en 2011 hasta el 1,3%, para que el déficit total del Estado sea del 6%. Sin embargo, cada vez son más las autonomías que dan a entender que no alcanzarán su objetivo presupuestario, lo que puede agravar las previsiones de estabilidad presupuestaria.

Aragón fue la última comunidad que comunicó que no podría llegar a sus compromisos para este ejercicio. Su consejero de Hacienda, Mario Garcés, aseguró que llegarían al 2,7% del PIB. De esta manera, se sumó a otras autonomías como Cataluña, Baleares o la propia Castilla-La Mancha.

Presunto 'agujero' de Barreda


Tras ganar las elecciones, De Cospedal denunció que el anterior presidente de la comunidad había dejado a la Administración con un déficit del 4,9% en el mes de junio, lo que hace imposible el compromiso de déficit. Además, también ha acusado de destruir documentos que podrían dificultar el conocimiento de las cuentas. Así la presidenta manchega ha asegurado que el Gobierno que preside "se dirigirá a los tribunales y presentará la correspondiente denuncia" contra el anterior Gobierno para que se investigue la presunta destrucción de información llevada a cabo por parte del Ejecutivo de José María Barreda.

En este sentido, Cospedal ha indicado que dicho informe, hecho público por la portavoz del Grupo Popular en las Cortes, Carmen Riolobos, está elaborado por el jefe de los servicios informáticos de la Junta e indica que "han desaparecido muchos archivos" de las bases de datos.

A raíz de este informe, la presidenta regional ha señalado que en próximas fechas el Gobierno de Castilla-La Mancha "se dirigirá a los órganos jurisdiccionales" para aclarar la situación.

Fuente:elimparcial.es

martes, 30 de agosto de 2011

Estaremos más o menos de acuerdo con lo que dice en este artículo , pero se le entiende todo claramente . No se lia como ZP .


Felipe Gonzalez con Ronald Reagan durante la visita de este a España.

Debates confusos - Felipe Gonzalez Marquez

La estabilidad presupuestaria es necesaria para un crecimiento económico sostenido.Es bueno que haya un acuerdo y el mecanismo más contundente es que figure en la Constitución

Todo se mezcla en una cacofonía incomprensible para los ciudadanos! Exigencias de los “mercados”, sin identificar quiénes son; exigencias de la Unión Europea, de Bruselas, de Alemania y Francia; respuestas de líderes europeos como galgos que corren detrás de una liebre mecánica que siempre se les escapa.

¿Qué pasa en Europa? ¿Qué nos pasa a nosotros? ¿Necesitamos estabilidad presupuestaria? ¿La necesita la Unión Europea? Todo en medio de esta crisis civilizatoria que está cambiando, a velocidad de vértigo, la economía y las relaciones de poder en el planeta. Y con ello nuestra forma de vida.

Pero, después de cuatro años de la implosión del sistema financiero de Estados Unidos y de la Unión Europea, con las consecuencias de recesión y paro, seguimos sin ver la emergencia que vivimos, o la vemos compulsivamente, como respuesta precipitada e incompleta ante cada “tirón” de la liebre mecánica que imaginaban que esta vez íbamos a atrapar, pero se nos escapa…, y ¡cada vez se agotan más los galgos!

La estabilidad presupuestaria es una condición necesaria para garantizar, a medio y largo plazo, un crecimiento económico sostenido. Los desequilibrios permanentes, con déficits estructurales y deudas acumuladas que se hacen impagables, arruinan las perspectivas de crecimiento y merman la confianza de todos los actores. La consecuencia es inexorable: no se pueden mantener las políticas de cohesión social que definen nuestro modelo. No es, o no debe ser, un problema ideológico, sino de sentido común y de responsabilidad de los gobernantes.

El disparate es el pretendido déficit cero. Una muestra de radicalismo ideológico, que no permite margen de maniobra ante los ciclos económicos. Una receta de teóricos fundamentalistas que, a veces, ocupan responsabilidades políticas para desgracia de todos, impidiendo una actuación política para contrarrestar las consecuencias de una contracción económica.

El disparate es el pretendido déficit cero. Una muestra de radicalismo ideológico

En América Latina, Chile lleva más de dos décadas trabajando con la premisa de limitar los déficits estructurales. Nadie duda, más allá de las revueltas de hoy, que ha sido el país más exitoso de la región y que sigue siendo el que más confianza interna y externa produce para quienes tienen que decidir inversiones productivas, generadoras de empleo. Está claro que, como a todos, les quedan muchas cosas por hacer, entre las que la redistribución del excedente para conseguir mayor cohesión social es una de las importantes.

Esta es una crisis de cambio civilizatorio, de gran calado histórico. Estamos viviendo la transición entre el dominio de un Occidente hegemónico durante siglos hacia un Oriente en desarrollo rápido; de los países centrales pero endeudados hasta las cejas y los emergentes que producen y ahorran lo que los primeros deben; de las economías industriales dominantes de los mercados mundiales que imponían precios de materias primas y de manufacturas hacia economías en desarrollo que reciben las inversiones que se deslocalizan de los anteriores; de una economía basada en la industria hasta otra basada en el conocimiento que está alterando las fronteras del desarrollo y crea nuevos espacios, y distintos, para competir con éxito en la economía global.

En este proceso, las respuestas de nuestros países para garantizar nuestra recuperación y nuestra inserción en el nuevo escenario global tienen que respetar, como condición necesaria, una macroeconomía sana, capaz de controlar los déficits excesivos y la acumulación de la deuda. Capaz de aprovechar los ciclos de bonanza para utilizar el margen de maniobra acumulado en los momentos de crisis. Ese es el objetivo de la estabilidad presupuestaria. Lógicamente no es lo único que hay que hacer, pero es imprescindible que se haga.

Por eso es bueno que haya un acuerdo que obligue a todos sobre la estabilidad presupuestaria en el medio y el largo plazo. Y el mecanismo más contundente para obligar a tirios y troyanos es que figure en la Constitución. Pero obligarnos a nosotros mismos con una reforma de la Carta Magna no deja de ser el reconocimiento de un cierto fracaso. Existen otros instrumentos legales para hacerlo, pero dudamos de nuestra voluntad colectiva para respetarlos y aplicarlos.

Obligarnos con una reforma de la Carta Magna significa reconocer un cierto fracaso

El ruido de fondo —primas de riesgo, acoso de especuladores, elecciones a la vista, descontento social ante la crisis— no debe ocultarnos que la propuesta es buena. El acuerdo es positivo para España, por eso sería deseable que se sumaran otras fuerzas políticas para que el consenso fuera significativo en la España plural, pero a la vez diversa que somos.

Y ahora, si no tenemos en cuenta esos ruidos que confunden el debate, es posible, porque la propuesta nada tiene que ver con el sectario “déficit cero”. La intervención de Rubalcaba lo ha hecho posible en los términos en que está redactado. Cualquier ciudadano preocupado por la salida de esta larga y dura crisis debería apreciarlo, como yo lo hago.

Queda claro, por tanto, que sin reforma constitucional también se podría haber hecho, pero que esta reforma —al estilo de las Enmiendas de la Constitución Americana— con un propósito concreto vale para asegurarnos la voluntad que nos falta. No está prevista la fórmula del referéndum para este tipo de reformas. Es doblemente lógico: no afecta a ningún elemento sustancial de la Carta Magna, ni es razonable que se traslade a los ciudadanos la decisión de si podemos tener deudas excesivas como consecuencias de déficits estructurales incontrolados e incontrolables.

Para los ciudadanos que se inquietan por los “límites” a las políticas sociales, hay que explicarles, claramente, que el mayor límite está en el endeudamiento excesivo, que nos obliga a destinar al servicio de la deuda el dinero que necesitamos para educación y salud para todos.

Pero no lo relacionemos con los problemas de coyuntura, por graves que sean, porque va más allá de estos. Y felicitémonos porque el PP ha hecho un gesto importante, el primero y único, para ayudar en esta grave crisis que atravesamos. Es lógico que traten de apuntárselo, pero la propuesta se parece poco a la producción ideológica de la FAES que los domina, con sus propuestas de déficit cero, como alumnos aventajados del Tea Party.

No solo hay que aplicarlo en España, sino hacerlo extensible a la Unión Europea en general y a la zona euro en particular. Pero esta condición necesaria no será suficiente para garantizar la gobernanza económica que está fallando —en Europa y en Estados Unidos—. Tenemos que superar ese papel de apagafuegos agónico en que se está convirtiendo la Unión Europea.

Conceptualmente nadie discute ya que en un mercado interior sin fronteras y con una sola moneda hay que coordinar las políticas económicas y fiscales de los países miembros. No se puede perder más tiempo, ni retrasar inútilmente instrumentos necesarios como el “bono europeo” antes de que se desangre país a país la zona euro y arrastre hacia su caída toda la construcción europea.

En España tenemos que acabar con el inconsistente argumento de que nos obligan los mercados, o de que obedecemos a Bruselas o a la presión de Francia y Alemania. Es verdad que estos deberían cuidar las formas y los contenidos y, de paso, cumplir ellos mismos el Pacto de Estabilidad. Pero es más verdad que en la Unión nadie obliga a nadie, pero todos, reunidos en Consejo, pueden y deben obligarse a cumplir los compromisos de gobernanza europea, con penalizaciones para quienes no lo hagan, sin excepciones.

Felipe González fue presidente del Gobierno español de 1982 a 1996.

Fuente:elpais.com



La gran farsa constitucional - Manuel Llamas


Lo realmente trágico y miserable no es tanto la inutilidad de la modificación legislativa sino el enorme ejercicio de cinismo y desvergüenza protagonizado aquí por populares y socialistas a la hora de vender un cambio que no es tal.

Al fin PSOE y PP han alcanzado un gran pacto de Estado para limitar el déficit por vía constitucional. Muchos se han alegrado de tal hazaña e insisten en que éste es el camino correcto para sacar al país del atolladero. Pues lo siento, pero ni una cosa ni otra. El consenso político tan sólo es positivo si sirve para poner en marcha las reformas económicas precisas para potenciar el crecimiento y reinstaurar la cordura en las cuentas públicas. Y el problema aquí, sin embargo, es que ambas formaciones han pactado un cambio constitucional para que todo siga igual.

En este sentido, populares y socialistas han desempeñado una vergonzosa y lamentable función teatral, consistente en alabar las bondades de una reforma inexistente. Se trata, por tanto, de un fraude político, un patético engaño electoral coordinado entre Génova y Ferraz derivado de la profunda hipocresía que ambos profesan. Y si no observen las siguientes declaraciones:

Mariano Rajoy, líder del PP: el objetivo del pacto es que las administraciones públicas "no gasten lo que no tienen".

Soraya Sáenz de Santamaría, portavoz del grupo Popular: "Queremos lograr que todos los responsables públicos estén sujetos a la austeridad; que no se traslade a las generaciones futuras los excesos y la mala gestión de las cuentas publicas; ahora la austeridad y la responsabilidad se convierte [...] en una obligación".

Alfredo Pérez Rubalcaba, candidato socialista a la Presidencia del Gobierno: el pacto establece "unos límites razonables" de deuda, "unas finanzas estables" y una "deuda pagable".

Elena Valenciano, directora de campaña del PSOE: "La Constitución recogerá el principio de estabilidad presupuestaria a largo plazo para que España no incurra en un endeudamiento que acabe hipotecando gravemente nuestro futuro; esta ley va a garantizar, en todo caso, la cohesión social y la sostenibilidad de los servicios públicos".

La mayoría de la gente sigue pensando que los dos grandes partidos políticos han acordado una especie de techo presupuestario, por el cual el déficit público en ningún caso superará el 0,4% a partir de 2020 y la deuda no sobrepasará el 60% del PIB. Nada más lejos de la realidad. El único tope que se impone es sobre el "déficit estructural", es decir, el descuadre fiscal que registraría España en situación de pleno empleo. Dicho de otro modo, el pacto PSOE-PP tan sólo se refiere a una parte del déficit, ya que deja al margen los denominados "estabilizadores automáticos" –la natural caída de ingresos y aumento de gastos que se produce como consecuencia de una crisis–.

Si a ello añadimos que, según el texto acordado, "los límites de déficit estructural y de volumen de deuda pública sólo podrán superarse en caso de catástrofes naturales, recesión económica o situaciones de emergencia [en donde cabe casi todo]", el resultado es que España volvería a registrar un déficit superior al 10% del PIB en caso de que la citada reforma hubiera entrado en vigor en 2007.

De este modo, lo realmente trágico y miserable no es tanto la inutilidad de la modificación legislativa sino el enorme ejercicio de cinismo y desvergüenza protagonizado aquí por populares y socialistas a la hora de vender un cambio que no es tal. Y es que los políticos seguirán gozando de manga ancha para disparar el déficit, tal y como ha acontecido estos últimos años, convirtiendo así la tan cacareada reforma en una gran farsa constitucional.

Manuel Llamas es jefe de Economía de Libertad Digital y miembro del Instituto Juan de Mariana.

Fuente:libremercado.com

¿Por qué el socialismo no quiere límites al déficit? - Ignacio Moncada


Por eso es que el socialismo se revuelve ante un límite en el déficit público. Porque trastoca el principal pilar de su política económica: el despilfarro.

En estos minutos de la basura del zapaterismo, el aún presidente del Gobierno está corriendo en dirección contraria a la que ha venido corriendo durante los pasados ocho años. Lo más curioso es que, cuando le preguntan, responde que lo hace por responsabilidad. Que lo hace por España. Sus asesores le habrán aconsejado que repita esa coletilla creyendo que le da dimensión de hombre de Estado. Sin embargo, no contaron con una duda que asalta a quien escucha el comentario: si ahora hace esto por el bien de España, ¿por qué antes hacía lo contrario?

La reforma constitucional para incluir un límite al déficit público en la más alta instancia legislativa ha sido un duro golpe para las aspiraciones socialistas en las próximas generales. Es como si Zapatero, inconscientemente, hubiera plantado explosivos en los pilares del PSOE. Ahora se ha desatado la carrera por desactivarlos antes de que el partido sea demolido. Es por eso que, como cuenta El País, una vez que Rajoy y Zapatero habían pactado incluir en la Constitución un déficit máximo del 0,35%, Rubalcaba bloqueó la negociación diciendo: "No quiero ni una cifra en la Constitución". Y sólo ha decidido apoyar la reforma una vez que el límite constitucional al déficit no incluye dicho límite. Es decir, cuando esa reforma ha dejado de tener sentido.

Dicen que no hay mayor arma de destrucción política que la división interna. Esta sombra sobrevuela actualmente el PSOE. A las lamentables perspectivas electorales y al cambio de discurso dado por el Gobierno al comprobar que estábamos al borde de la suspensión de pagos, se le suma ésta última iniciativa. Sobre el papel, a los ojos de cualquier ciudadano de a pie, la propuesta es razonable: tras ver que una mala gestión de las cuentas públicas ha provocado una gigantesca crisis sobre la economía española, tiene sentido enmendar el error y tratar asegurar legalmente que nadie pueda volver a incurrir en un despilfarro tan dañino. Entonces, ¿por qué el socialismo, incluidos partidos, sindicatos y candidato a la presidencia, se ha revuelto con tanta virulencia ante la reforma? ¿Por qué Rubalcaba dijo que "es una barbaridad"?

Sencillamente porque piensan que lo han hecho bien. Creen que durante una crisis económica, en la que lo que hay que hacer es reducir la deuda contraída durante la expansión crediticia y reestructurar los factores productivos, lo que debe hacer el Estado es gastar cuanto más dinero mejor. Que da igual en qué. Lo importante es que los políticos sigan teniendo el inmenso poder de gastar el dinero de los demás en lo que quieran y sin límite, llevando a un país hasta la suspensión de pagos si hace falta. Y que es así como se sale de la crisis. Da igual que tengamos que ser rescatados, pues entonces dirán que no se ha gastado suficiente. Por eso es que el socialismo se revuelve ante un límite en el déficit público. Porque trastoca el principal pilar de su política económica: el despilfarro.

Ignacio Moncada es ingeniero industrial por ICAI y trabaja como analista financiero de inversiones en Nueva York.

Fuente:libertaddigital.com


lunes, 29 de agosto de 2011

¿Qué pasaría si se liquidara el Estado del Bienestar?- del Blog de Carlos Rodríguez Braun


El Estado del Bienestar define la sociedad democrática contemporánea. Ningún político de ningún partido de ningún país propone suprimirlo, y los que quieren contenerlo o reducirlo lo hacen sólo por razones presupuestarias: es que no hay dinero, dicen. Pero liquidar, lo que se dice liquidar, nadie quiere liquidar el Estado del Bienestar.

Cuando unos políticos quieren demonizar a otros, cuando quieren pintarlos como la peor amenaza para la convivencia y el progreso, los acusan de querer acabar con el Welfare State. Cualquier político que sea objeto de semejante acusación monta en cólera y responde indignado que en ningún caso abriga él semejante intención reaccionaria. Supongamos, pues, que esta hipótesis que nadie concibe se lleva a la práctica. ¿Cómo viviríamos sin el Estado del Bienestar?

La reacción inmediata es: viviríamos mucho peor, nunca mejor. Y parece razonable: ¿qué haríamos sin sanidad pública, sin prestaciones de desempleo, sin educación, sin pensiones de la Seguridad Social?

Por asombroso que parezca, esto no es evidente en absoluto. Lo que sucede es que el peso del Estado en la realidad y en las ideas es tan enorme que tendemos a caer en lo que he llamado la falacia del Estado que está. La falacia del Estado que está afirma que como el Estado está, y hace cosas, esas cosas que el Estado hace porque está no se harían si el Estado no estuviera.

Presos de esta falacia, concluimos que como el Estado brinda servicios de educación, sanidad y pensiones, si no hubiera Estado no habría educación, ni sanidad, ni pensiones.

¿Por qué es una falacia? Porque supone implícitamente que el Estado es capaz de dar esos servicios gratis. Obviamente, esto no es cierto, porque el Estado no tiene dinero: todo euro que gasta es un euro que ha quitado o quitará a los ciudadanos. Por definición, pues, todo lo que el Estado hace podría ser hecho en su ausencia. Y suponer que esto no sería así necesariamente interpola hipótesis reaccionarias. En efecto, suponer que sólo educamos a nuestros hijos porque el Estado nos obliga a hacerlo y a pagarlo, y que si no lo hiciera todos forzaríamos a nuestros hijos a permanecer siempre en el analfabetismo, equivale a suponer que somos estúpidos. Y no lo somos, claro. Si el Estado no estuviera, es decir, si los ciudadanos retuviéramos los ingresos que el Estado nos arrebata, todo lleva a concluir que lo gastaríamos precisamente en educación, sanidad, pensiones y seguros de todo tipo, incluido el de desempleo. El resultado sería, asimismo, más eficiente que el actual, de modo que tendríamos los mismos servicios que ofrece el Estado pero a un coste menor. Además, constituiríamos una sociedad de mujeres y hombres responsables y libres, lo que no es una ventaja baladí.

Dirá usted: ¿y qué pasaría con los más pobres? Posiblemente la mayor de las mentiras del Estado es pretender que su existencia se debe a la atención a los desvalidos. Nunca es así. Basta echar un vistazo somero a lo que el Estado hace realmente para comprender que su labor no tiene nada que ver con el cuidado de los marginados. El Estado no es la madre Teresa de Calcuta, que sí se especializaba en ayudar a los más pobres. El Estado dice que lo hace, pero en realidad se ocupa de someter al conjunto de la población.

El ejemplo de la madre Teresa de Calcuta, asimismo, sirve para refutar la idea de que si no hubiera Estado, entonces nadie se ocuparía de los más desfavorecidos. La prueba de que esto no sería así es que de hecho no es así ahora, a pesar de que el Estado arrebata a los ciudadanos algo así como la mitad de sus bienes todos los años. A pesar de eso los ciudadanos se ocupan de los demás, libremente, en particular de los más pobres. No tiene sentido pensar que dejaríamos de hacerlo si el Estado no nos quitara el dinero que nos quita.


sábado, 27 de agosto de 2011

El PP se suma a la demagogia fiscal del PSOE - Editorial de Libertad Digital


Si los ricos tienen tanto interés en contribuir en mayor medida a "sacar al país adelante", sólo deben presentarse en la ventanilla de cualquier delegación de Hacienda y realizar un pago voluntario por la cantidad que estimen conveniente.

Siguiendo el dictado demagógico de los socialistas en materia fiscal, el vicesecretario de comunicación del PP, Esteban González Pons, también ha animado a los "ricos" españoles a hacer un gesto similar al de los 16 dueños de grandes fortunas de Francia, que públicamente han pedido a su Gobierno pagar más impuestos. A juicio de González Pons, sería un detalle muy de agradecer, puesto que la clase media y los trabajadores ya llevan mucho tiempo haciendo un gran esfuerzo para "sacar al país adelante".

En efecto, la clase media y los trabajadores españoles llevan ya muchos años, demasiados, soportando un régimen fiscal que les priva de una parte importante de la riqueza que producen, no para levantar a ningún país, sino para que su clase política, a la que pertenece el siempre sonriente González Pons, dilapide todo ese esfuerzo conjunto con una gestión hipertrofiada que ha llevado a España al borde del precipicio. Esa clase media y trabajadora jamás ha pedido a sus gobernantes que la esquilmen y, sin embargo, esa es la realidad con que tienen que convivir, así que ¿por qué ha de esperar la casta política a que los ricos otorguen su permiso para hacer con ellos lo mismo?

La respuesta es que "los ricos" cuentan con las más diversas vías para evitar el pago de impuestos, tales como la creación de sociedades en lugares a salvo del fisco de sus países, la donación de grandes cantidades a fundaciones que suponen la correspondiente desgravación y un tratamiento fiscal generoso para las rentas distintas del trabajo; aspectos todos ellos que los gobiernos no van a modificar entre otras cosas por su evidente inutilidad, puesto que quien tiene los recursos suficientes siempre va a tener a su alcance métodos legales para evitar ser despojado en demasía.

La propuesta de esas grandes fortunas "progresistas" a uno y otro lado del Atlántico es gravar aún más pero sólo las rentas personales, olvidando añadir que a ellos no les afectaría en realidad puesto que perciben la mayor parte de sus ingresos de otras fuentes. En cambio, el aumento de la presión fiscal que solicitan con aparente "generosidad" la padecerían aquellos que con su esfuerzo, talento y disciplina ahorradora están en el camino de ingresar en tan selecto club.

Si los ricos tienen tanto interés en contribuir en mayor medida a "sacar al país adelante", sólo deben presentarse en la ventanilla de cualquier delegación de Hacienda y realizar un pago voluntario por la cantidad que estimen conveniente. Pero como la política española se ha convertido en un reflejo suicida de las propuestas de los "indignados", a los que hay que lisonjear ahora que se acercan fechas electorales, el español medio tiene que asistir con asombro a este festival demagógico al que alegremente se ha sumado también el PP.

Como siempre, las consecuencias las pagarán los trabajadores y modestos propietarios que forman nuestra clase media. La misma que el PP dijo un día estar dispuesto a defender.

Fuente:libertaddigita.com



viernes, 26 de agosto de 2011

Reforma constitucional. Un fraude consensuado - Juan Ramón Rallo


Si alguna función podía tener una limitación constitucional al déficit era la de contener algo ese timo del tocomocho llamado keynesianismo, a saber, la idea de que lo único que necesitamos para salir de una crisis es un incremento del gasto, venga de donde venga y se destine a lo que se destine. El problema de las depresiones, sin embargo, no es que gastemos demasiado poco en general, sino que nuestros patrones de gasto, de producción y de financiación no son sostenibles; a saber, el crédito hipotecario en España no podía seguir creciendo al 20% anual y el sector de la construcción no podía continuar fabricando 800.000 viviendas al año. Y esto no se arregla empujando al Estado a que gaste en lo que sea, endeudándose todavía más y frenando los reajustes: si idénticas recetas las aplicáramos a una empresa que atravesara una crisis sectorial, rápidamente la abocaríamos a la quiebra.

Pero nada, que da igual. La reforma consensuada entre PP y PSOE no sólo deja al albur parlamentario la fijación del techo de deuda y de déficit (qué eficaz ha sido semejante norma en EEUU), sino que para más inri en el texto constitucional se exceptúan a las "recesiones económicas" como situaciones críticas en las que se pueden rebasar esos límites.

En teoría, PP y PSOE promueven esta reforma porque no quieren que se repita una situación tan desastrosa de las cuentas públicas como la actual, ¿no? Bueno, pues hagamos un un muy sencillo ejercicio de política ficción: supongamos que esta reforma ya hubiese estado vigente en 2004, cuando Zapatero llegó el poder. ¿Habría cambiado algo el devenir de nuestra crisis merced a la limitación constitucional del déficit? En absoluto; desde 2004 a 2007, momentos de aparente (y ficticia) prosperidad económica, el PSOE cuadró sus presupuestos con superávit. Llegó la recesión en 2008 y empezaron a aparecer los números rojos: más de 300.000 millones de euros de déficit en cuatro años que de nada han servido salvo para acercarnos a la suspensión de pagos (¡gran éxito de la estimulación keynesiana!). Todos y cada uno de esos déficits, por surgir en medio de una recesión, habrían contado con respaldo constitucional; y, además, los socialistas podrían haberlos convalidado en el parlamento de idéntico modo a cómo sacaron adelante en las Cortes todos los presupuestos que generaron esos déficits.

Moraleja: aprobaremos una norma que no sirve en absoluto para alcanzar su objetivo declarado. Vamos, un fraude en toda regla. Eso sí, un fraude consensuado. Albricias. Para que luego se nos diga que nuestros problemas proceden de que PP y PSOE no han arrimado el hombro. No, todo lo contrario: nuestros problemas vienen de que ambos partidos han estado de acuerdo en casi todo, de que no ha habido una oposición real a ninguna de las grandes políticas económicas que han arruinado a este país (ni al rescate de la banca, ni al simulacro de reforma del mercado laboral, ni al estímulo keynesiano del gasto, ni ahora a este timo de reforma constitucional). Consenso socialdemócrata, lo llaman.

Juan Ramón Rallo es doctor en Economía, jefe de opinión de Libertad Digital y profesor en el centro de estudios Isead. Puede seguirlo en Twitter o en su página web personal. Su último libro es Crónicas de la Gran Recesión (2007-2009).
Fuente:libertaddigital.com

“Haga usted la ley, que yo haré el reglamento” - conde de Romanones


las claves ocultas de la reforma

Los políticos tendrán manga ancha para disparar el déficit público

M.Llamas .-La reforma constitucional pactada entre PSOE y PP para limitar el déficit y la deuda modifica el artículo 135 de la carta Magna, introduciendo ciertos criterios y principios a fin de garantizar la ansiada estabilidad presupuestaria (déficit cero, es decir, que los ingresos igualen a los gastos). Los responsables de ambos partidos han alabado las ventajas de dicho cambio normativo, insistiendo en que la reforma evitará los errores presupuestarios cometidos estos últimos años, y cuyo resultado es la actual crisis de deuda en la zona euro.

La pregunta consiste, pues, en saber si realmente funcionará. Sin embargo, el articulado del texto muestra que dicho objetivo no se cumplirá. El Estado podrá seguir disparando el déficit público hasta tasas similares a las alcanzadas en la presente crisis económica si así lo estiman los políticos, con lo que el laureado límite, simplemente, no existe.

Y ello, debido a dos puntos muy concretos de la reforma: por un lado, tan sólo limita el "déficit estructural" y, por otro, tal techo se podrá suspender en base a numerosas excepciones. A continuación, las principales claves que introduce la reforma y su significado en la práctica:

1. Ya existe un límite

El primer punto a tener en cuenta es que España ya cuenta con un límite legal en materia de déficit y deuda llamado Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE, un tratado internacional de obligado cumplimiento y plenamente integrado en el ordenamiento jurídico español. Este techo, aplicable a todos los países de la zona euro, impone, como máximo, un déficit del 3% y una deuda del 60% del PIB.

Sin embargo, este techo se ha incumplido reiteradamente desde el nacimiento del euro, no sólo en épocas de recesión -donde se permite sobrepasarlo- sino, incluso, en etapas de crecimiento.

2. No incluye ninguna cifra

La reforma constitucional no incluye ninguna cifra concreta, y alude al desarrollo de una futura Ley Orgánica que deberá estar aprobada antes de 30 de junio de 2012, tal y como marcaron Merkel Y Sarkozy.

Según el pacto político alcanzado, esta Ley Orgánica fijará en un 0,4% del PIB el "déficit estructural" global máximo del conjunto de las Administraciones Públicas, y sólo a partir de 2020: el déficit estructural del Estado no podrá superar el 0,26% del PIB; el de cada comunidad autónoma no podrá superar el 0,14% de su PIB; las entidades locales deberán presentar equilibrio presupuestario (déficit cero).

3. Sólo se refiere al "déficit estructural"

Ésta es una de las grandes claves de la reforma. En ningún caso afecta al déficit público total, como sí establece el citado Pacto europeo. El único límite constitucional se impone sobre el "déficit estructural", es decir, descontando el impacto del ciclo económico en el gasto y los ingresos públicos. O dicho de otro modo, según la definición estándar, "déficit estructural" significa gastar más de lo que se ingresa cuando la economía se encuentra en estado de pleno empleo -algo casi inédito en historia de España-.

De este modo, el déficit "estructural" no tiene en cuenta el efecto de los denominados "estabilizadores automáticos" sobre las cuentas públicas. Cuando el PIB crece, los ingresos suben y el gasto cae; cuando el PIB decrece (recesión), los ingresos caen y el gasto público crece. Y ello, sin que el Gobierno de turno modifique la política fiscal o presupuestaria.

Tal y como señala el acuerdo alcanzado entre PP y PSOE:

A los efectos del contenido de la citada ley orgánica, se entenderá por saldo estructural aquel que se deriva de no considerar los ingresos y gastos públicos relacionados con las expansiones y recesiones normales de los ciclos económicos, garantizando así la sostenibilidad a largo plazo de los servicios públicos fundamentales.

Esta definición tiene enormes implicaciones, ya que convierte la reforma en un mero papel mojado, sin efecto alguno en la práctica.

Así, por ejemplo, España pasó de tener un superávit del 1,9% en 2007 a un déficit del 11,1% del PIB en 2009, una diferencia de 13 puntos porcentuales. Casi la mitad de este descuadre se debió al desplome de la recaudación de impuestos, y la otra mitad al incremento de gasto público en esos años. Por el lado del gasto destaca, sobre todo, el aumento de las prestaciones por desempleo -2,9 puntos porcentuales más-.

¿Resultado? De esos 13 puntos, 9 puntos fueron causados por los "estabilizadores automáticos" y tan sólo 4 por las decisiones discrecionales de las administraciones -planes de "estímulo" como el Plan E, por ejemplo-. Esto significa que si la reforma pactada por PP y PSOE ya hubiera estado vigente durante la actual crisis, el déficit público en 2009 rondaría el 7% del PIB.

Otro ejemplo. España registró un déficit total del 9,2% del PIB. Según los datos oficiales de la OCDE, 4,9 puntos son "déficit estructural" y 4,3 se deben a los estabilizadores automáticos. Según la reforma, España habría podido registrar en 2010 un déficit total del 4,7% del PIB: el 4,3% de estabilizadores más el 0,4% de déficit estructural máximo que impondrá ahora la Constitución.

4. Muchas excepciones

Pero la situación aún es más grave si se analiza el punto 4 del texto acordado:

Los límites de déficit estructural y de volumen de deuda pública sólo podrán superarse en caso de catástrofes naturales, recesión económica o situaciones de emergencia extraordinaria que escapen al control del Estado y perjudiquen considerablemente la situación financiera o la sostenibilidad económica o social del Estado, apreciadas por la mayoría absoluta de los miembros del Congreso de los Diputados.

Es decir, el Gobierno de turno podrá elevar el límite del 0,4% de "déficit estructural" en caso de recesión si logra el respaldo del Congreso por mayoría absoluta, abriendo así las puertas de par en par a la aprobación de planes de estímulo y gasto discrecional, como ha sucedido estos años, para tratar de impulsar la economía.

Además, bajo "situaciones de emergencia extraordinaria" se podría incluir todo tipo de casos, desde el rescate público de bancos y empresas, hasta la aplicación de nuevos subsidios, ayudas, rentas públicas...

¿Conclusión? Esta reforma permitiría registrar nuevamente un déficit público de dos dígitos, superior al 10%, como en 2009, ya que no tiene en cuenta el gran impacto de los "estabilizadores automáticos" en las cuentas públicas y permite, además, elevar el límite del 0,4% de "déficit estructural".

5. Otros aspectos

Salvando las excepciones anteriores, el límite de "déficit estructural" del 0,4% inicial podrá ser modificado si así lo establece Bruselas. El volumen de deuda del conjunto de las administraciones públicas no podrá superar el 60% del PIB que marca la UE.

Por último, la futura ley orgánica regulará la distribución de los límites de déficit y de deuda entre las distintas administraciones públicas, los supuestos excepcionales de superación de los mismos y la forma y plazo de corrección de las desviaciones que sobre uno y otro pudieran producirse. Igualmente, regulará la metodología y el procedimiento para el cálculo del déficit estructural y la responsabilidad de cada administración en caso de incumplimiento de los objetivos de estabilidad presupuestaria.

Así pues, los detalles, el reglamento de la reforma, dependerán de una Ley Orgánica, cuya modificación se podrá aprobar por mayoría absoluta del Congreso.

Fuente:libertaddigital.com / M.Llamas


Reforma constitucional . Spanien, länder de segunda - Emilio Campmany


En plena canícula agosteña, va Angela Merkel y ordena y manda que los españoles, sin excusa ni pretexto, modifiquemos echando virutas nuestra Constitución para establecer un límite al déficit tal y como Alemania ha hecho en la suya. Y eso, para anteayer. Y nuestro presidente de Gobierno, a quien no le preocupa ni la dignidad de los españoles ni la suya propia, va corriendo, dándose con los talones en el trasero, a obedecer como un servil lacayo y nos obliga al resto a hacer lo mismo. ¿Será verdad que España va a reformar su Constitución en dos semanas porque así lo ha ordenado la canciller alemana? Pues sí, es verdad.

Ningún partido político ha puesto un pero a que la reforma propuesta, con independencia de la bondad de la norma, tenga que ser adoptada aprisa y corriendo porque nos lo ordena una potencia extranjera. El PP está encantado de que sea Zapatero quien arrostre el desgaste de hacer una cosa que Rajoy hace un año que propuso. Los nacionalistas se quejan, pero no de que estemos a órdenes de Merkel, sino de que el límite pueda afectar a las Comunidades Autónomas que gobiernan o que aspiran a gobernar porque a ellos les chifla gastar lo que no tienen. Buena parte del PSOE e IU, junto con los sindicatos, se oponen a la reforma porque no les gusta que se limite el derecho al despilfarro no vaya a ser que el Gobierno de turno se vea obligado a cortarles las subvenciones a la marabunta de progres que chupan del presupuesto de una u otra forma. El caso es que aquí nadie se queja de lo obvio, que hemos dejado de ser un país independiente.

Tiene gracia ver cómo nuestra soberanía se escapa por el desagüe de la crisis debido a los problemas de nuestra deuda soberana, que ya se ve que ni es soberana ni es nada. Hemos dejado de ser ciudadanos españoles para pasar a ser alemanes de segunda, sin derecho ni a voz ni a voto, a cambio de poder seguir tomándonos las cervezas, pero renunciando a las raciones de gambas. Y unos están tan contentos de que al menos hayamos salvado las cervezas y otros se quejan de que haya que olvidarse de las gambas, que están tan ricas. Y nadie manifiesta la necesidad de prescindir de unas y de otras y pagar nuestras facturas y, con ello, conservar el derecho a ser soberanos en nuestro país.

Y Rubalcaba, mientras, está a ver cómo engaña a la Merkel y propone modificar la Constitución, sí, pero dejando que el límite del gasto lo concrete una Ley Orgánica, que cualquier Gobierno que quiera saltárselo podrá modificar con mayoría absoluta. Rubalcaba debe creerse que puede engañar a los alemanes con la facilidad con la que emboba a sus compañeros. Es que Freddy es muy listo, pensarán los muy ciruelos.

Fuente:libertaddigital.com

martes, 23 de agosto de 2011

El proyecto Madrid - Horacio Vázquez-Rial

Al final, el programa de gobierno del Partido Popular para la próxima legislatura, pese a los prolongados –y por momentos angustiosos– silencios de Mariano Rajoy, no es ningún misterio. Y no sólo no es ningún misterio, sino que está siendo probado con éxito en Madrid desde hace casi una década.

En el discurso de investidura de Esperanza Aguirre del pasado 14 de junio ante la Asamblea de Madrid, quedó absolutamente claro cuáles son las intenciones del Gobierno regional en todos los órdenes y qué se va a hacer en la Comunidad durante los próximos cuatro años. Pero una cosa es enunciar propósitos desde la seguridad que da una tercera mayoría absoluta y otra hacerlo desde el llano preelectoral. Y no es imposible que Rajoy considere inadecuado hablar ahora mismo de democratización o de reforma de sistema electoral, como lo ha hecho la presidenta madrileña.

Es evidente que la política del PP ha sido de espera frente al cada vez más ostensible desgaste del zapaterismo. Yo me he pasado los meses y los años reclamando programa, programa, programa. Y el pasado día 9 de agosto encontré en ABC la primera respuesta a ese reclamo, y no era una respuesta menor ni parcial: "Rajoy apuesta por el modelo de Madrid para la Educación", rezaba el titular. En el texto de la noticia, se explicaba que el dirigente popular es partidario de "un sistema dual de formación profesional en el que sea posible compatibilizar trabajo con formación" y de "impulsar unas reformas educativas que permitan a la educación española lograr más nivel y exigencia". Lo que Esperanza Aguirre definió como una "educación de la máxima calidad posible: una educación que permita que todos nuestros alumnos descubran sus aptitudes y que se preparen eficazmente para vivir desarrollando esas aptitudes", frente a la utopía niveladora de la educación socialista.

También asumía Rajoy la promoción del bachillerato de excelencia en todo el territorio nacional. Argumentando sobre la necesidad de elevar la calidad de la enseñanza, citaba Esperanza Aguirre a Hannah Arendt en su crítica a los pedagogos igualitaristas americanos: "Lo que hace tan aguda la crisis educativa americana es que lucha por igualar o borrar en la medida de lo posible las diferencias entre jóvenes y viejos, entre personas con talento y sin talento, entre niños y adultos y, en particular, entre alumnos y profesores; y es evidente que ese proceso sólo puede cumplirse de verdad sólo a costa de la autoridad del profesor y a expensas de los estudiantes más dotados."

Pero esto es nada más que un aspecto de la futura acción del Gobierno de la nación. Otros se han ido definiendo en la práctica de los nuevos gobiernos autonómicos y municipales del PP. Sin ir más lejos, en Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal ha asumido, como se había hecho antes en Madrid, la necesidad de mantener la desgravación por vivienda en el tramo autonómico de la fiscalidad: una manera de poner límites a los espantosos errores del Gobierno de Zapatero.

El programa de la Comunidad Autónoma de Madrid es en muchos sentidos ejemplar, sobre todo si se tiene en cuenta que está pensado para los próximos cuatro años, y no para los próximos ocho o doce. Austeridad, reforma del sistema laboral, medidas financieras dentro de la ortodoxia liberal, reindustrialización –subasta sin base de suelo industrial, por ejemplo–, desarrollo de los transportes y las infraestructuras viales y ferroviarias, reforma de las condiciones contractuales de las hipotecas, extensión de las prestaciones sanitarias y por dependencia gratuitas, etc., etc.

Cada convocatoria electoral posterior al cambio de ciclo de 1996, es decir, tras la liquidación del período felipista, ha dado el triunfo al PP en Madrid. Triunfo neto e indiscutible. No ha hecho falta esperar décadas, como en Extremadura. No sé si la seguridad del voto madrileño se debe a que en la corte todo parece más evidente –no existe la provinciana desconfianza y el señor alcalde es alguien a quien se puede encontrar por la calle paseando al perro–, o a que la torpeza de la Federación Socialista local es insuperable desde que José Acosta, con su cara de pocos amigos, la estructuró a su modo, o al de Alfonso Guerra. Pero es probable que algo tenga que ver con el éxito electoral la claridad programática del PP local, así como lo ostensible de sus realizaciones: ocho hospitales en dos legislaturas, una escuela por semana durante ocho años, por poner sólo dos ejemplos.

Bien hará Mariano Rajoy en apropiarse de este proyecto para Madrid, que desde su puesta en marcha tiene vocación de Estado, y lo promueve de aquí a noviembre –algo hay que hacer mientras el presidente que ya anunciado su retirada continúa empeñado en lo suyo con el Valle de los Caídos y la causa palestina: él y la Trini actúan como si no fueran a marcharse nunca–. Nadie sensato le discutirá que tiene más razón que un santo si piensa cambiar de arriba abajo los criterios de enseñanza y los programas para la educación española, y hasta es más probable que se le vote si lo dice que si no lo dice, aunque después vaya a hacerlo.

Lo digo únicamente porque pienso que sería estupendo que el PP ganara los próximos comicios con mayoría absoluta, sobre todo si aspira a una regeneración de la vida pública, lo que reclamaría una reforma del sistema electoral: eso es algo que hay que hacer con las manos libres, sin depender de los nacionalismos periféricos ni de los intereses del PSOE –más aún un PSOE derrotado, carcomido por dentro, sin rumbo claro y, por lo tanto, lleno de exquisito resentimiento hacia esa derecha a la que los dirigentes socialistas juraron hacerle la vida imposible–. A dos meses vista, creo que es hora de definir una posición ante las urnas. Distinta de la abstención. Me decía un dirigente popular hace poco que el problema que representa un partido político, tanto por lo que toca a la militancia como por lo que se refiere a la confianza electoral, es que hay que aceptar se una vez un conjunto que muy difícilmente satisfaga a todos: el de la barba entra en el mismo paquete que esa señora tan elegante y tan elocuente, y también el del bigote, que parece que se fue pero no se fue del todo y que de tanto en tanto levanta ampollas con una declaración, y también ese andaluz que se queja siempre del despilfarro: eso es un partido político, una suma heterogénea. Y lo único que lo hace elegible es su proyecto. Éste es bueno.

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lunes, 22 de agosto de 2011

¿Adónde va la democracia? - Friedrich A. Hayek


Hayek

Conferencia pronunciada por el autor en el Institute of Public Affairs de Sidney el 8 de octubre de 1976. Reproducida con permiso de Unión Editorial, que incluye este texto en Friedrich A. Hayek, Principios de un orden social liberal, 2010, 2ª ed. ampl.

I

El concepto de democracia tiene un significado –creo que el verdadero y originario– por el cual considero que bien vale la pena luchar. La democracia no ha demostrado ser una defensa segura contra la tiranía y la opresión, como una vez se esperó. Sin embargo, en cuanto convención que permite a cualquier mayoría liberarse de un gobierno que no le gusta, la democracia tiene un valor inestimable.

Por este motivo, me preocupa cada vez más la creciente pérdida de fe en la democracia entre la gente que piensa. Es algo que no podemos seguir ignorando. Se trata de un fenómeno que se está agravando precisamente en el momento en que –y acaso en parte porque– la palabra mágica democracia se ha hecho tan poderosa que todos los límites que tradicionalmente se han puesto al poder del gobierno están desapareciendo ante ella. A veces parece como si la suma de demandas que se formulan por doquier en nombre de la democracia haya alarmado de tal manera incluso a personas rectas y razonables, que una reacción contra la democracia en cuanto tal se está convirtiendo en un serio peligro. Sin embargo, lo que actualmente está poniendo en peligro la confianza en una democracia tan ampliada en sus contenidos no es el concepto fundamental de la democracia, sino las connotaciones que se han venido añadiendo al significado originario de un tipo particular de método de toma de decisiones. Lo que está sucediendo es precisamente lo que algunos temían a propósito de la democracia ya en el siglo xix. Un método saludable para llegar a tomar decisiones políticas que todos puedan aceptar se ha convertido en pretexto para imponer fines sustancialmente igualitarios.

El advenimiento de la democracia en el siglo pasado produjo un cambio decisivo en el ámbito de los poderes del gobierno. Durante siglos, los esfuerzos se habían dirigido a limitar los poderes del gobierno; y el desarrollo gradual de las constituciones no tuvo más objetivo que éste. Pero de improviso se pensó que el control del gobierno por parte de los representantes elegidos de la mayoría hacía inútil cualquier otro control sobre los poderes del gobierno, de suerte que se podía prescindir de todas las diversas tutelas constitucionales creadas a lo largo del tiempo.

De este modo nació la democracia ilimitada, y cabalmente esta democracia ilimitada, no la simple democracia, es el problema actual. Toda la democracia que conocemos hoy en Occidente es más o menos una democracia ilimitada. Es importante recordar que si las peculiares instituciones de la democracia ilimitada que hoy tenemos fracasaran algún día, ello no significaría que la propia democracia haya sido una equivocación, sino sólo que la hemos ensayado de una manera equivocada. Mientras que personalmente creo que una decisión democrática sobre todos los problemas para los que generalmente se está de acuerdo en considerar necesaria una intervención del gobierno es un método indispensable para el cambio pacífico, pienso sin embargo que es abominable una forma de gobierno en la que cualquier mayoría del momento pueda decidir que cualquier materia que le plazca deba considerarse como asuntos comunes sometidos a su control.

II

La limitación mayor –y la más importante– a los poderes de la democracia, eliminada por la aparición de una asamblea representativa omnipotente, era el principio de la separación de poderes. Veremos que la raíz del problema está en el hecho de que los llamados cuerpos legislativos, que según los primeros teóricos del gobierno representativo (en particular John Locke) debían limitarse a hacer leyes en un sentido muy específico de esta palabra, se han convertido en órganos gubernativos omnipotentes. El antiguo ideal de la Rule of Law o "gobierno bajo la ley" ha desaparecido. El parlamento soberano puede hacer todo lo que los representantes de la mayoría consideren útil para mantener el apoyo de la mayoría.

Pero llamar ley a cualquier cosa que decidan los representantes elegidos de la mayoría, y definir como gobierno bajo la ley todas las directrices de ellos emanadas –aun cuando sean discriminatorias a favor o en contra de algunos grupos de individuos–, no pasa de ser una broma. Se trata en realidad de un gobierno arbitrario. Es un mero juego de palabras sostener que, con tal de que una mayoría apruebe los actos del gobierno, queda a salvo el imperio de la ley. Éste se consideró como una salvaguardia de la libertad individual, porque significaba que la coerción sólo se puede permitir para imponer la obediencia a normas generales de conducta individual igualmente aplicables a todos, en un número indeterminado de casos futuros. La opresión arbitraria –es decir, la coerción no definida mediante alguna norma por los representantes de la mayoría– no es mejor que la acción arbitraria de cualquier otro gobernante. Ordenar que una persona odiada sea quemada o descuartizada, o bien que sea privada de sus propiedades, es, bajo este aspecto, lo mismo. Aunque haya buenas razones para preferir un gobierno democrático limitado a un gobierno no democrático, debo confesar que prefiero un gobierno no democrático sometido a la ley a un gobierno democrático sin limitaciones (y por tanto esencialmente arbitrario). Creo que un gobierno sometido a la ley constituye aquel valor más alto que en otro tiempo se esperaba fuera preservado por los guardianes de la democracia.

Pienso, en efecto, que la propuesta de reforma a la que quiere llevar mi crítica a las actuales instituciones de la democracia comportaría una realización más verdadera de la opinión común de la mayoría de los ciudadanos que los actuales ordenamientos orientados a gratificar la voluntad de distintos grupos de interés que acaban formando una mayoría.

No se pretende afirmar que el derecho democrático de los representantes elegidos por el pueblo a tener una palabra decisiva en la dirección del gobierno sea menos fuerte que su derecho a determinar lo que debe ser la ley. La gran tragedia del desarrollo histórico es que estos dos poderes distintos se han puesto en manos de una misma asamblea, y que, por consiguiente, el gobierno ha dejado de estar sometido a la ley. La solemne declaración del Parlamento británico de ser soberano, y por tanto de gobernar sin estar sometido a ley alguna, puede sonar como el anuncio de la condena a muerte de la libertad y la democracia.

III

Este desarrollo pudo haber sido históricamente inevitable; pero desde el punto de vista lógico no es ciertamente evidente. No es difícil imaginar cómo habría tenido lugar ese desarrollo si hubiera seguido líneas diferentes. Cuando, en el siglo xviii, la Cámara de los Comunes consiguió tener el poder exclusivo sobre el tesoro del Estado, obtuvo en efecto al mismo tiempo también el control exclusivo del gobierno. Si en aquel momento la Cámara de los Lores hubiera podido hacer esta concesión sólo a condición de que el desarrollo del derecho (es decir, del privado y penal, que limita los poderes de todo gobierno) fuera de su exclusiva competencia –desarrollo natural, puesto que la Cámara de los Lores era la corte suprema de justicia–, habría sido posible llegar a esta división entre una asamblea gubernativa y otra legislativa y conservar las limitaciones impuestas al gobierno mediante la ley. Políticamente, sin embargo, era imposible conferir este poder legislativo a los representantes de una clase privilegiada.

Las formas dominantes de democracia, en las que la asamblea representativa soberana hace las leyes y al mismo tiempo dirige el gobierno, deben su autoridad a un engaño, es decir, a la pía creencia de que este gobierno democrático ejecutará la voluntad del pueblo. Esto puede ser cierto para las asambleas legislativas elegidas democráticamente que sean tales en el sentido estricto de personas que hacen las leyes en la acepción originaria del término. Es decir, puede ser cierto si se trata de asambleas elegidas cuyo poder se limita a establecer normas universales de conducta recta, proyectadas para delimitar recíprocamente las esferas de control sobre los individuos y destinadas a valer para un número indeterminado de casos futuros. Acerca de tales normas que gobiernan el comportamiento individual, y que impiden que surjan conflictos en los que muchos pueden encontrarse en posiciones opuestas, es probable que en una comunidad se forme una opinión dominante, y verosímilmente puede existir un acuerdo entre los representantes de la mayoría. Una asamblea que tenga una función tan definida y limitada podría, pues, reflejar la opinión de la mayoría y, al tener que ocuparse sólo de normas generales, tiene pocas ocasiones de reflejar la voluntad de intereses particulares sobre cuestiones específicas.

Pero hacer leyes en este sentido clásico de la palabra constituye una mínima parte de las tareas confiadas a las asambleas que nosotros todavía llamamos legislativas. Su preocupación principal es el gobierno. Para la "ley de los juristas", como escribió hace más de setenta años un agudo observador del Parlamento británico, "el Parlamento no tiene ni tiempo ni aptitud". Las actividades características y los procedimientos de las asambleas representativas están por todas partes tan determinadas por sus tareas gubernativas que el nombre de cuerpo legislativo no deriva ya de su prerrogativa de hacer leyes. La relación se ha invertido. Nosotros ahora llamamos leyes prácticamente a toda resolución de estas asambleas sólo porque derivan de un cuerpo legislativo, por más que apenas puedan tener aquel carácter de compromiso para hacer normas generales de conducta recta para cuya aplicación se propuso que los poderes coercitivos del gobierno en una sociedad libre fueran limitados.

IV

Pero puesto que toda resolución de esta autoridad gubernativa soberana tiene fuerza de ley, sus actos de gobierno tampoco están limitados por la ley. Ni tampoco se puede aún pretender, y esto es mucho más serio, que esos actos estén autorizados por la opinión de una mayoría del pueblo. Los motivos para apoyar a los miembros de una mayoría omnipotente son completamente distintos de los motivos para apoyar a una mayoría en la que se basan los actos de un auténtico cuerpo legislativo. Votar por un legislador al que se le hayan impuesto unos límites significa elegir, entre distintas alternativas, la de asegurar un orden general resultante de las decisiones de individuos libres. Votar a favor de un miembro de un órgano que tiene el poder de otorgar beneficios especiales y no esté vinculado por normas generales es algo totalmente distinto. En una asamblea democráticamente elegida como ésta, dotada del poder ilimitado de conceder beneficios especiales y de imponer cargas especiales a grupos particulares, se puede formar una mayoría sólo comprando el apoyo de numerosos intereses especiales, garantizándoles estos beneficios a costa de una minoría.

Es fácil amenazar con el retiro del propio apoyo también a leyes generales, a no ser que el voto sea comprado con concesiones especiales al propio grupo. En una asamblea omnipotente, pues, las decisiones se basan en un proceso reconocido de chantaje y de corrupción. Esto forma parte desde hace mucho tiempo de un sistema al que no consiguen escapar ni siquiera los mejores. Estas decisiones para favorecer a grupos particulares tienen poco que ver con cualquier acuerdo por parte de la mayoría acerca de la sustancia de la acción de gobierno, dado que, en muchos aspectos, los miembros de la mayoría a duras penas sabrán que han dado a algún organismo poderes no bien definidos para alcanzar algún objetivo igualmente mal definido. Por lo que respecta a la mayor parte de las medidas, la mayoría de los votantes no tendrá ningún motivo para estar a favor o en contra de las mismas, a no ser el de saber que, a cambio del apoyo a quien las defiende, se les promete la satisfacción de algunos deseos. Y precisamente el resultado de este proceso de contratación es dignificado como voluntad de la mayoría.

Lo que nosotros llamamos cuerpo legislativo son de hecho órganos que deciden continuamente sobre medidas particulares, y que autorizan el uso de la coerción para aplicarlas; sobre estas medidas no existe un auténtico acuerdo en la mayoría, sino que para ellas se obtiene el apoyo de una mayoría a través de negociaciones. En una asamblea todopoderosa que se ocupa principalmente de medidas particulares y no de principios, las mayorías no se basan, pues, en la concordancia de opiniones, sino que se forman a través de la agregación de intereses especiales de utilidad recíproca.

El hecho aparentemente paradójico es que una asamblea nominalmente omnipotente –cuyo poder no se limita a establecer normas generales ni se basa en el propio compromiso de respetarlas– es por necesidad sumamente débil y depende completamente del apoyo de aquellos pequeños grupos que se ven obligados a mantenerse firmes para obtener concesiones que sólo el gobierno puede dar. La imagen de la mayoría de una asamblea así unida por convicciones morales comunes que valore los méritos de las demandas de grupos particulares es, naturalmente, una ilusión. Es una mayoría sólo porque se ha comprometido a no hacer valer un principio, sino a satisfacer demandas particulares. La asamblea soberana es cualquier cosa menos soberana en el uso de sus poderes ilimitados. Es realmente extraño el hecho de que todas las democracias modernas hayan considerado esto o aquello como necesario, y se cita a veces como prueba de la deseabilidad de la equidad de algunas medidas. La mayor parte de los miembros de la mayoría se dio cuenta con frecuencia de que una medida era estúpida e injusta, pero igualmente tuvo que declararse de acuerdo para poder seguir formando parte de la mayoría.

V

Un cuerpo legislativo sin limitaciones, al que no se prohíbe por convenciones o normas constitucionales decretar medidas intencionadas y discriminatorias de coerción, como aranceles o impuestos o subvenciones, actuará inevitablemente sin atender a principios. Aunque no faltan intentos para disfrazar esta compra de apoyo como ayuda beneficiosa a quien lo merece, la apariencia moral no puede ciertamente tomarse en serio. El acuerdo de una mayoría sobre el modo de distribuir beneficios y ventajas arrancadas a una minoría disidente no puede pretender un reconocimiento moral por su modo de obrar, aunque se recurra a la ficción de la justicia social. Lo que sucede es que la necesidad política creada por el actual sistema institucional produce convicciones morales no viables o incluso perjudiciales.

El acuerdo alcanzado por la mayoría sobre el reparto del botín conquistado aplastando a una minoría de conciudadanos, o decidiendo cuánto hay que saquearles, no es democracia, o por lo menos no es aquel ideal de democracia que tiene una justificación moral. La democracia en sí misma no es igualitarismo. Pero la democracia ilimitada está destinada a ser igualitaria.

Por lo que respecta a la fundamental inmoralidad de todo igualitarismo, me referiré aquí sólo al hecho de que todo nuestro sentido moral se basa en la distinta estima en que tenemos a las personas según el modo en que se comportan. Mientras que la igualdad ante la ley, es decir, el tratamiento que el gobierno reserva a todos según las mismas normas, creo que es una condición fundamental de la libertad individual, el trato diferente que es necesario para colocar a personas que son individualmente muy distintas en la misma condición material me parece no sólo incompatible con la libertad personal, también altamente inmoral. Pero éste es el tipo de incompatibilidad hacia el que camina la democracia ilimitada.

Repitamos que no es la democracia en sí, sino la democracia ilimitada, la que yo considero no mejor que cualquier otro gobierno ilimitado. El error fatal que ha dado a la asamblea elegida poderes ilimitados es el prejuicio de que una autoridad suprema debe ser ilimitada por su propia naturaleza, en cuanto que cualquier limitación presupondría otra voluntad por encima de ella, en cuyo caso no sería una autoridad suprema. Pero éste es un equívoco que deriva de la concepción totalitaria-positivista de Francis Bacon y Thomas Hobbes, o del cons­tructivismo del racionalismo cartesiano, al que por suerte se opuso durante mucho tiempo, en el mundo anglosajón, el pensamiento más profundo de Sir Edward Coke, Mathew Hale, John Locke y los Old Whigs.

A este respecto, los antiguos fueron a menudo más sabios que el pensamiento constructivista moderno. No es necesario que un poder supremo sea un poder ilimitado, sino que puede derivar su propia autoridad de un compromiso para con las normas generales aprobadas por la opinión pública. El rey-juez de la antigüedad no era elegido para que fuera necesariamente justo todo lo que dijera, sino porque sus sentencias se consideraban generalmente justas, y mientras se consideraran tales. Él no era la fuente sino simplemente el intérprete de una ley que se basaba en una opinión difusa, pero que podía inducir a la acción sólo si era articulada por la autoridad aprobada. Y si sólo la autoridad suprema podía ordenar la acción, ésta era válida en la medida en que tenía el apoyo del consenso general respecto a los principios que la inspiraban. La única y suprema autoridad con derecho a tomar decisiones a propósito de una acción común podía ser también una autoridad limitada, es decir, limitada a tomar decisiones comprometiéndose a respetar una norma general aprobada por la opinión pública.

El secreto de un gobierno decente está precisamente en que el poder supremo debe ser un poder limitado, un poder que pueda establecer normas que limiten a otro poder, y que pueda por tanto poner límites pero no dar órdenes al ciudadano privado. Toda otra autoridad se basa así en su compromiso a respetar normas que sus sujetos reconocen: lo que hace una comunidad es el reconocimiento común de las mismas normas.

Así, pues, el órgano supremo elegido no tiene necesidad de otro poder que el de hacer leyes en el sentido clásico de normas generales que guían el comportamiento individual. Tampoco tiene necesidad de otro poder de coerción sobre los ciudadanos privados fuera del poder de imponer obediencia a las normas de conducta así establecidas. Las otras ramas del gobierno, incluida una asamblea gubernativa elegida, deberían estar vinculadas y limitadas por las leyes de la asamblea, limitada a la legislación en sentido propio. Tales son las condiciones que garantizarían un auténtico gobierno sometido a la ley.

VI

La solución del problema, como ya sugerí antes, parece estar en la separación de las tareas realmente legislativas de las gubernativas respectivamente entre una asamblea legislativa y otra gubernativa. Naturalmente, poco se ganaría si tuviéramos simplemente dos asambleas con el carácter actual y sólo encargadas de tareas diferentes. Dos asambleas compuestas prácticamente del mismo modo no sólo obrarían inevitablemente en colusión, y por tanto producirían más o menos los mismos resultados que las asambleas actuales, sino que sus características, sus procedimientos y su composición estarían determinados de tal modo por sus tareas prevalentemente gubernamentales que las harían poco idóneas para legiferar en sentido propio.

Nada es más iluminador a este respecto que el hecho de que en el siglo xviii los teóricos del gobierno representativo condenaran casi de manera unánime la organización de la que ellos imaginaban como una asamblea legislativa creada según el modelo de los partidos. Ellos solían hablar de facciones; pero el interés de éstas por problemas relativos al gobierno hizo su organización según el modelo de los partidos universalmente necesaria. Un gobierno, para poder cumplir sus deberes, tiene necesidad del apoyo de una mayoría organizada comprometida con un programa de acción. Y para conceder tal opción debe existir una oposición organizada más o menos del mismo modo y que sea capaz de formar un gobierno alternativo.

Para sus funciones estrictamente gubernativas, los actuales cuerpos legislativos parece que se han adaptado bastante bien, y se podría permitirles que siguieran así, si el poder que tienen sobre el ciudadano privado se limitara por una ley establecida por otra asamblea democrática que ellos no tuvieran posibilidad de alterar. En efecto, esta asamblea administraría los recursos materiales y personales puestos a disposición del gobierno para permitirle prestar diversos servicios a los ciudadanos en general, y podría fijar también la suma total de los ingresos a recaudar de los ciudadanos cada año para financiar esos servicios. Pero sólo mediante una verdadera ley se debería poder fijar la cuota con que todo ciudadano debería verse obligado a contribuir a este fondo, es decir, con ese tipo de norma obligatoria y uniforme de comportamiento individual que sólo una asamblea legislativa podría establecer. Es difícil imaginar un control más saludable sobre los gastos que el que ofrece un sistema en el que todo miembro de la asamblea gubernativa supiera que por todo gasto al que hay que hacer frente él mismo y sus electores tendrían que contribuir con una cuota que él no podría alterar.

El problema crítico, entonces, es la composición de la asamblea legislativa. ¿Cómo podemos efectivamente hacer que sea representativa de la opinión general sobre lo que es justo y, al mismo tiempo, inmune a toda presión de intereses especiales? La asamblea legislativa estaría constitucionalmente limitada a aprobar leyes generales, de modo que cualquier orden específico o discriminatorio que emanara debería ser invalidado. Esta asamblea debería derivar su autoridad del propio compromiso de respetar las normas generales. La constitución debería definir las propiedades que deben tener tales normas para tener valor de ley: por ejemplo, su aplicabilidad a un número indeterminado de casos futuros, su uniformidad, su generalidad, etc. Un tribunal constitucional debería elaborar gradualmente esta definición y dirimir cualquier conflicto de competencia entre ambas asambleas.

Pero esta limitación a la aprobación de leyes auténticas no sería suficiente para impedir colusiones entre la asamblea legislativa y una asamblea gubernativa compuesta más o menos del mismo modo, a la cual probablemente proporcionaría las leyes que necesita para sus propios fines particulares, con resultados poco diferentes de los del sistema actual. Lo que nosotros entendemos por asamblea legislativa es claramente un organismo que representa la opinión general, y no intereses particulares; debería estar compuesta, pues, por individuos que, una vez encargados de esta función, fueran independientes del apoyo de grupos particulares y debería también estar constituida por hombres y mujeres que puedan situarse en una perspectiva de largo plazo, y no estén sujetos a la fluctuación de pasiones y modas temporales que tuvieran que complacer.

VII

Todo esto, al parecer, requeriría, en primer lugar, la independencia respecto a los partidos, lo cual podría asegurarse mediante una segunda condición igualmente necesaria: la de no ser influidos por el deseo de ser reelegidos. Me imagino por esta razón una asamblea de hombres y mujeres que, tras haberse ganado confianza y reputación en las actividades ordinarias de su vida, deberían ser elegidos por un único y largo periodo, por ejemplo para quince años. Para estar seguros de que han obtenido experiencia y respeto suficientes y que no tienen problemas para el periodo siguiente al vencimiento de su mandato, fijaría una edad relativamente alta para ser elegidos, es decir, en torno a los 45 años, y les aseguraría para otros diez años tras el vencimiento de su mandato, al cumplir los 60 años, un cargo honorable como jueces laicos o algo por el estilo. La edad media de los miembros de esta asamblea sería inferior a los 53 años, siempre inferior a la de la mayor parte de las asambleas análogas de nuestro tiempo.

Evidentemente, los miembros de la asamblea no deberían ser elegidos todos en la misma fecha, sino que cada año quienes han servido durante quince años deberían ser sustituidos por otros de cuarenta y cinco. Sería favorable a estas elecciones anuales de un decimoquinto de los miembros de la asamblea reservados a sus coetáneos, de suerte que todo ciudadano votaría una sola vez en su vida, a los cuarenta y cinco años, para que uno de sus coetáneos fuera legislador. A mi entender, este método sería válido no sólo porque, como enseña la vieja experiencia en organizaciones militares y semejantes, los coetáneos suelen ser los mejores jueces del carácter y de la capacidad de un hombre, también porque ésta podría convertirse en la ocasión para hacer crecer instituciones tales como las asociaciones locales por grupos de edad, que harían posibles las elecciones sobre la base del conocimiento personal.

Puesto que no habría partidos, no se producirían situaciones absurdas acerca de la representación proporcional. Los coetáneos de una región conferirían el honor casi como una especie de premio para el miembro más admirado de la clase. Existen muchos otros problemas fascinantes planteados por un ordenamiento de este tipo: por ejemplo, si no podría ser preferible, a tal fin, una especie de elección indirecta (con las asociaciones locales que rivalizarían para que uno de sus delegados obtuviera el honor de ser elegido representante), pero que no es el caso de tomar en consideración en una exposición del principio general.

VIII

No creo que los políticos con experiencia hallen muy inexacta la descripción que ofrezco del modo de proceder de nuestras actuales asambleas legislativas, aunque encontrarán inevitable y beneficioso lo que yo considero evitable o perjudicial. Pero en ningún caso deberían sentirse ofendidos porque yo defina ese modo de proceder como institu­cionalización del chantaje y la corrupción, porque somos nosotros los que mantenemos instituciones que deben actuar así para poder hacer algo bueno.

En cierta medida, las negociaciones que describo son probablemente de hecho inevitables en un gobierno democrático.

Lo que no apruebo es que las instituciones vigentes extiendan estas negociaciones al interior de aquel órgano supremo que debe formular las reglas del juego y poner limitaciones al gobierno. La desgracia no es que esto suceda –en una administración local probablemente puede evitarse–, sino que suceda en el órgano supremo que debe hacer nuestras leyes, que por el contrario debería protegernos de la opresión y la arbitrariedad.

Otro efecto importante y muy deseable de la separación entre el poder legislativo y el poder gubernativo sería la eliminación de la causa principal del proceso cada vez más rápido de centralización y concentración del poder. Este proceso es hoy resultado del hecho de que, como consecuencia de la fusión del poder legislativo y el gubernativo en la misma asamblea, ésta posee poderes que en una sociedad libre ninguna autoridad debería tener. Obviamente, a este órgano se le reclama un número creciente de tareas gubernativas, y puede enfrentarse a demandas particulares que se concretan en leyes especiales. Si los poderes del gobierno central no fueran mayores que los de los gobiernos regionales o locales, el gobierno central se ocuparía sólo de las cuestiones en las que parecería beneficioso para todos un reglamento uniforme a nivel nacional, y muchos problemas se dejarían a la competencia de autoridades inferiores.

Una vez reconocido por todos que gobierno bajo la ley y poderes ilimitados de los representantes de la mayoría son conceptos inconciliables, y que todo gobierno debe estar igualmente sometido a la ley, es suficiente confiar al gobierno central –en cuanto distinto de la asamblea legislativa– poco más que la política exterior, y los gobiernos regionales y locales, limitados por las mismas leyes uniformes en lo que respecta al modo en que los habitantes individuales deberían contribuir al fisco, podrían convertirse en compañías de tipo comercial en recíproca competencia para ganarse ciudadanos que podrían expresar su consenso por aquella compañía que les ofreciera los mayores beneficios al precio exigido.

De este modo, podemos aún salvar la democracia y, al mismo tiempo, detener el impulso hacia aquella su deformación conocida como democracia totalitaria, que algunos consideran ya irresistible.

Fuente:ilustracionliberal.com