En estos momentos de incertidumbre política y económica , cuando el estado a traves del gobierno y otras instituciones interviene cada vez más en la vida de los individuos , restringiendo su libertad día a día en aras de un supuesto " bien común" , queremos contribuir desde este blog a difundir los principios del liberalismo , cada vez más necesarios para conservar la libertad y la iniciativa como ciudadanos.

domingo, 22 de mayo de 2022

D. BLAS DE LEZO Y LAS CONCHAS DE LAS OSTRAS - Abel García


 

 Cuando me dispongo a escribir este artículo aún continúa la batalla.
Desde el 13 de Marzo D. Blas de Lezo y Olavarrieta y sus tropas siguen luchando y resistiendo en Cartagena de Indias, en la actual Colombia, al tremendo ataque de la Pérfida Albión, también conocida como Inglaterra, que quería arrebatarle a España, mejor dicho, a las Españas, su obra creadora y evangelizadora, iniciada con el Viaje de Colón y el descubrimiento de un nuevo mundo para Occidente, en 1492.
La anécdota que voy a contar a continuación sucedió durante mi vida profesional como enfermero, un día de guardia en Urgencias del Centro de Salud de Ortigueira, hace 10 o 12 años. Quiero recordarla en el 281 aniversario de esa batalla memorable.
A media tarde apareció en Urgencias un muchacho de 16 años, que por su estatura representaba más edad, acompañado por sus padres, cojeando y con uno de sus pies muy ensangrentado. Eran de un precioso pueblo marinero, El Barqueiro ( Mañón ) y contaban sus padres que estaba andando descalzo por unas rocas, cayó sobre unas conchas de ostras y se hizo un corte grande en la planta del pie.
Acostado en la camilla, que la ocupaba totalmente, me dispuse a revisar la herida. El pie estaba tremendamente sucio con una herida con varios cortes y llena de arena y restos de esas conchas de ostra. Me puse a limpiar la herida, como es preceptivo antes de suturar. Este tipo de heridas sucias y con restos dentro de la propia herida, es necesario lavarlas muy minuciosamente con chorros de suero, cepillo y jabón, para
evitar que queden restos que puedan posteriormente producir una infección o un rechazo por un cuerpo extraño.
El muchacho ponía mala cara solamente con ver los preparativos, y cuando empecé con la limpieza, retiraba el pie y se quejaba de una manera exagerada. Los padres, de pie en una esquina de la consulta, permanecían callados.
Como mi trabajo no era fácil de realizar, dada la actitud del paciente, dejé las cosas y me fui a la cabecera de la camilla a hablar con el muchacho.
- Vamos a ver hombre. ¿Tú sabes quien fue D. Blas de Lezo y Olavarrieta?
- No, contestó con voz temblorosa.

Reconozco que la pregunta, para un joven de esta época y en las condiciones en las que se encontraba, se las trae. El nombre empieza de forma suave y termina con un apellido vasco muy sonoro.
- ¡¡ Pero que maestros teneis ¡¡
Aunque ya estoy acostumbrado a esta respuesta negativa, siempre me causa mucho enfado. Intentaba ser amable pero autoritario a la vez para tratar de que se dejara explorar y limpiar bien la herida. A la vez miraba de reojo a sus padres para ver cual era su reacción ante mi pregunta. Tenían una cara de extrañeza como diciendo; quien será este enfermero chalado
- Pues mira, D. Blas de Lezo y Olavarrieta, Teniente General de la Armada Española a mediados del siglo XVIII, fue nuestro héroe nacional por excelencia. Tuvimos muchos héroes, aunque a vosotros en la escuela no os lo enseñen, pero D. Blas de Lezo fue un héroe muy especial.
El muchacho me miraba asombrado y por su cara, estaba seguro que pensaba lo mismo que sus padres
- Mira, cuando D. Blas tenía poco más de 15 años, de tu edad o un poco menor, ya era guardiamarina en un buque de la Armada, que en Velez-Málaga, formada parte de una flota que se enfrentaba a los ingleses, que nos habían robado Giblartar. Algo muy común en ellos, el pillaje y la destrucción contra España.
El muchacho seguía atento y sus padres seguían mirando sin decir nada. Buena señal, porque también me hubieran podido mandar a paseo.
- Con tan mala suerte que una bala lanzada por el cañón de un barco inglés, le destrozo su pierna izquierda por debajo de la rodilla. Dados los destrozos, no quedaba otra que la amputación. Ya te puedes imaginar las condiciones de la época, la enfermería del barco y el personal sanitario. No había anestesia como tenemos ahora. No te digo como fue la amputación porque no quiero asustarte. Pero te aseguro que debió de ser terrible. Nada comparable con la heridita de tú pie. El joven D. Blas de Lezo aguantó como un héroe que siempre fue.
Como la cosa se hacía un poco larga, decidí terminar.
- Si D. Blas de Lezo aguantó algo tan terrible sin rechistar, tú con más motivo tienes que hacerlo. Si él aguantó, tú tienes que aguantar. Piensa en D. Blas de Lezo y aguanta un poco que ya estoy terminando.
Asintió con la cabeza y ya más tranquilo y con vergüenza después de lo que le había dicho, aguantó bastante bien hasta que terminé de limpiar la herida. Posteriormente, después de anestesiar, la doctora lo suturó y yo le realicé una cura oclusiva.
Los padres ya sonreían un poco viendo que ya habíamos terminado.
Cuando ya iba a despedirlos y después de dar consejos sobre el cuidado de la herida y recibir también las órdenes del médico para tomar antibióticos y analgésicos, llegó el momento de mi último intervención.
- Espera un momento que quiero darte algo.
Fui al ordenador de la consulta y fotocopié unas páginas sobre la historia de D. Blas de Lezo.
- Mira, vas a llevar esto que es una pequeña biografía de D. Blas de Lezo. Mejor no volver a verte de nuevo por aquí, pero si tienes que volver por algún otro motivo, vas a traer aprendido esto y vas a ser tú el que me explique a mí quien fue D. Blas de Lezo y Olavarrieta.
Te voy a decir una frase de D. Blas de Lezo, para que no te olvides, ni de él ni de este enfermero que te hizo sufrir.
“ Todo buen español debería mear siempre mirando hacia Inglaterra".
- Así que no lo olvides y no andes descalzo por las rocas.

Los padres sonrieron y me dieron las gracias, pero creo que seguían pensando lo mismo; quien será este enfermero chalado.
Como dije al principio, esta anécdota verídica me sucedió ya en otras ocasiones que hice la misma pregunta a otros jóvenes. Es indicativo de la descomposición en la que se encuentra nuestra nación, a la que la llevaron en estos últimos 40 años gobiernos del PSOE y gobiernos del Partido Popular.
Tampoco quiero librar a los gobiernos del General Franco. Hice todos mis estudios no universitarios en la época de Franco y nunca se me hizo tampoco énfasis en la historia de los héroes de nuestra patria. Hice el servicio militar como marinero de la Armada un año después de la muerte de Franco y tampoco nunca se me habló de nuestros héroes. La Armada Española no me enseño sobre la historia de uno de sus miembros más destacados como fue D. Blas de Lezo. Por lo tanto, no solamente es un problema de la era democrática, aunque si se vio agravado en estos últimos 40 años.
Si los EE.UU de América tuvieran una historia como la de España, no llegarían 100 Hollywood para hacer grandes películas sobre sus grandes batallas y sus grandes héroes. Si los EE.UU hubieran tenido un solo héroe como D. Blas de Lezo, habría 100 películas sobre su vida, 100 estatuas en todo el país y un día festivo nacional para conmemorar la victoria sobre la Pérfida Albión en Cartagena de Indias.
No existe país en el mundo, de los que conocemos en la actualidad, que tenga una historia tan grande y tan increíble como la de España, y ese patrimonio se les está escondiendo o tergiversando a nuestra juventud. Parece que España la inventó Felipe González y que antes no había nada, y si lo había, no tiene importancia.
Lo que está haciendo en estos momentos el Gobierno de España, con Pedro Sánchez y el PSOE al frente, con el sistema educativo es criminal. Lo que se intenta hacer con la historia, no contándola de manera cronológica, o simplemente no contándola como si no existiera, es un atentado contra nuestra nación y contra nuestros hijos y nietos.
Los que nacimos y vivimos en Ferrol y comarca, estábamos algo familiarizados con el nombre de BLAS de LEZO, al ver a los marineros por la calle con la cinta en sus lepantos con el nombre del barco que recordaba a nuestro héroe.
No había ninguna estatua importante en España de D. Blas de Lezo hasta el 15 de Noviembre de 2014 que se inauguró en la Plaza de Colón de Madrid una hermosa estatua de nuestro héroe, gracias a la iniciativa de personalidades españolas y de la Armada.
Tengo el honor de que el primer ramo de flores, junto con una corona de laurel de la Armada, que se colocó al pie de la estatua de D. Blas de Lezo, fue mío. Encargué telefonicamente ese ramo en una floristería de la Castellana, y aunque yo no pude asistir al acto de inauguración, el mismo día fue allí colocado, en mi nombre, por unos españoles/venezolanos, queridos parientes míos que viven exiliados en Madrid por culpa del régimen social comunista bolivariano de Venezuela. Cada vez que voy a Madrid llevo un ramo de flores a los pies de la estatua de Mediohombre.
Tenemos que estar muy orgullosos y muy agradecidos a D. Blas de Lezo y a sus hombres por la tremenda victoria sobre Inglaterra en Cartagena de Indias. Si Inglaterra hubiera ganado aquella batalla, la historia hubiera sido diferente, muy diferente. Entre otras cosas, no hubiéramos conocido a Gabo, no hubiéramos imaginado a Macondo ni a José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, no disfrutaríamos del gitano Melquíades, ya no tendríamos la cumbia y el vallenato y no tendríamos a un pueblo hermano que guarda tan bien el tesoro de nuestra lengua y sigue utilizando, entre otras, esa palabra tan preciosa del español como es alcancía, que nosotros en España ya hemos perdido. Aunque solamente fuera por eso, nunca podríamos dejar de agradecer esa gran victoria.
Me gustaría vivir lo suficiente para poder ver en nuestro país a un Gobierno comprometido con nuestros héroes y con nuestra historia. Me gustaría poder llegar a ver a mis nietos Pablo y Carmen viviendo en una nación unida, en una nación fuerte que no olvida a los suyos, a los que dieron su sangre para que llegáramos hasta aquí y pudiéramos tener una nación libre, occidental, no musulmana y universal.
Analizando detenidamente la situación en la que nos encontramos, veo el futuro con desesperanza y muchas veces me pregunto si no habremos llegado tarde. Solamente veo a una fuerza política con determinación para volver a poner en valor nuestra historia y a nuestros héroes. Una fuerza sin complejos, sin miedo a que le llamen fachas, sin miedo a que le llamen ultraderecha, por cierto, adjetivos manidos por la izquierda ante su falta de ideas y de proyecto para España. Confío, como agarrándome a un clavo ardiendo, en la fuerza de D. Santiago Abascal para que haga del reconocimiento de nuestra historia y de nuestros héroes una parte muy importante de un sistema educativo que debe de ser reformado de una forma urgente a favor de nuestra nación y de sus ciudadanos y no a favor de una ideología fracasada.
No volví a ver a aquel muchacho. Ahora ya será un hombre de unos 30 años. Posiblemente ni se acuerde de esta historia. Estoy seguro de que por lo menos habrá aprendido que no se debe andar descalzo por las rocas.
El Teniente General de la Armada Española, Excmo. Sr.D. Blas de Lezo y Olavarrieta, falleció pocos meses después de esa gran victoria a los 52 años en Cartagena de Indias, posiblemente, según algunos investigadores, a causa de un tifus exantemático, lejos de España y de su familia.
Quiero terminar recordando parte de sus últimas palabras.
- “...Me muero, Josefa ( su esposa )… Entiérrame con mi crucifijo de plata, que él me hará compañía… Ah, y con mis patas de palo… Dile a mis hijos que morí como un buen vasco, armado y defendiendo la integridad de España y del Imperio… Gracias por todo lo que me has dado, mujer….”
El 20 de Mayo de 1741 finalizó la batalla de Cartagena de Indias con la derrota de las tropas inglesas y la victoria de España con D. Blas de Lezo y
Olavarrieta al frente. Me pregunto, cuantos actos oficiales se van a hacer en nuestro país, por lo menos por el Ministerio de Defensa, para recordar esa gran victoria. Cuantos actos se van a hacer en los colegios de nuestro país para que los alumnos recuerden su gran historia. Tristemente pienso que ninguno.
¡¡ Gloria y honor a nuestros héroes ¡¡
¡¡ Gloria y honor a Mediohombre ¡¡
¡¡ Gloria y honor a D. Blas de Lezo y Olavarrieta en el 281 aniversario de la victoria de Cartagena de Indias y siempre ¡¡


 

ABEL GARCÍA LÓPEZ
1 de Mayo de 2022

martes, 17 de mayo de 2022

La nación española - D. Ricardo de la Cierva.

                                                                                  



LA NACIÓN ESPAÑOLA
 
ESPAÑA vive sus vísperas constitucionales. Los partidos se reúnen para estudiar el anteproyecto 
publicado la víspera de Reyes en el «Boletín Oficial de las Cortes»; los expertos opinan, los periódicos encuestan. La información constitucional desde el Estado y desde el Gobierno es, como todos esperábamos, insuficiente; pero el tema es tan vital que va a convertirse fatalmente, felizmente, en un debate de toda la nación.

Y eso que la Nación —con mayúscula, según la unánime tradición constitucional española— no figura en el anteproyecto que ahora va a discutirse; lo cual no supone solamente una omisión, sino una sospechosa anomalía.

Las siete Constituciones formales que se han discutido y aprobado en Cortes durante nuestra Historia —incluso la de 1856, aprobada pero no promulgada— incluyen varias referencias expresas a la Nación española. La palabra Nación —aplicada exclusivamente a España, o a las Españas, como expresaban luminosamente las primeras de esas Constituciones— aparece diecisiete veces en la Constitución gaditana de 1812; dos veces (preámbulo y artículo 11) en la Constitución progresista de 1837 dos veces (artículos 11 v 77} en la Constitución moderada (es decir, liberal-autoritaria, derechista-dura) de 1845; tres veces (artículos 1, 14, 82) en la progresista radical de 1856; cinco veces (artículos 21, 32, 33, 78, 103) en la Constitución monárquica y a la vez revolucionarla —la Gloriosa— de 1869; cuatro veces (artículos 11, 14, 86 y 87) en la Constitución conservadora —canovista— de 1876, y cinco veces (artículos 45, 53, 67, 76 y 117) en la Constitución republicana de 1931. Todas nuestras Constituciones, pues, han invocado a la Nación; sin importar orígenes políticos moderados o progresistas, liberales o conservadores, monárquicos o republicanos.

¿Va a ser la inminente Constitución de la Monarquía democrática la primera en toda la Historia que suprima toda referencia a la Nación? Porque en el anteproyecto elaborado por la Ponencia no aparece la Nación por parte alguna; es, evidentemente, una ausencia deliberada.

Cierto que ese anteproyecto es muy estimable. Cierto que se trata —después de Cádiz— de nuestra primera Constitución por consenso de las fuerzas políticas presentes; e incluso, lo que por desgracia no sucedió en 1812, ésta es nuestra primera Constitución por consenso de todas las fuerzas políticas reales. Cierto que en ella se habla expresamente de pueblo español, de sociedad española, y, por supuesto, de Estado español y de pueblos de España. Pero la fría referencia procesal a la nacionalidad en el artículo 11 introduce una neta confusión con las abstractas nacionalidades suprarregionales del artículo 2. El ponente principal, señor Herrero de Miñón, interpreta este término —evidentemente equívoco— como configuración constitucional de España en sentido de nación de naciones.

No voy a entablar ahora, en el estrecho marco de un recuento-advertencia, el hondísimo problema de fondo que late baje una discusión no solamente terminológica; hemos de llegar a una solución de convivencia y mantener, hasta el límite, el clima y los resultados del consenso constitucional durante la deliberación democrática del anteproyecto.

Pero sin rebasar el límite. Sin sacrificar por ello —el coste sería, para millones de españoles, intolerable— la expresa, irreductible, firmísima mención constitucional a la Nación española. No podemos escamotear a la Nación real su propia expresión constituyente. Todos los diputados y senadores firmarán, según ancestral costumbre, el texto de la Constitución definitiva. Muchísimos entre ellos no aceptarán ser los primeros parlamentarios en la historia de España que firmen una Constitución donde no se reconozca a la Nación española.

Insisto; no estoy discutiendo el tema, sino simplemente planteándolo. Terminaré con una providencial coincidencia cronológica. Cuando el «Boletín de las Cortes» con el anteproyecto —y con fecha del 5 de enero— se repartía en la mañana del día de Reyes, el teniente general Gutiérrez Mellado, a quien nadie tachará precisamente de inmovilista, ofrecía al Rey la felicitación de los Ejércitos por la Pascua Militar. En su discurso —importantísimo, medidísimo— se citó cuatro veces (el doble que en la Constitución de Cádiz) la palabra Patria; ocho veces (cinco como sustantivo, tres como adjetivo) la palabra nación, referida, naturalmente, a la nación española. Y en su respuesta, el Rey de España y capitán general de los Ejércitos repitió, también, expresamente, «desde una perspectiva elevada» la palabra Patria y la palabra Nación.
Mirando hacia el futuro, y no como defensa ciega, sino como punto de apoyo para la marcha, el cronista veía caer esas dos palabras, convertidas en banderas irrenunciables, dentro de la posición evocada por el propio Rey en su cita de las Ordenanzas:

«El que tenga orden absoluta de defender una posición a toda costa lo hará.»
He aquí una posición constitucional que la Historia y el futuro —a la vez— nos ordenan defender a toda costa. Alguien desviará como retórica lo que sólo es Historia pura. Pero para aprobar por consenso tamaña omisión habría que retirar antes del hemiciclo las dos estatuas reales que lo presiden.

Ricardo de la CIERVA
 

Nación y "nacionalidades" - D. Julián Marías ( Año 1978, antes de aprobarse la Constitución )

 

 

Este artículo del gran D. Julián Marías fue escrito en Enero de 1978, cuando se estaba realizando el anteproyecto de la Constitución de 1978 y se cometió el grave error, por parte de los llamados padres de la Constitución. introduciendo en el texto algo que tristemente nos perseguirá siempre como es el término nacionalidades.

"Me pregunto hasta dónde puede llegar la soberbia -o la inconsciencia- de un pequeño grupo de hombres, que se atreven, por sí y ante sí, a romper la tradición política y el uso lingüistico de su pueblo, mantenido durante generaciones y generaciones, a través de diversos regímenes y formas de gobierno."

 "El artículo del anteproyecto no sólo viola la realidad, sino el uso lingüístico."

 

España ha sido la primera nación que ha existido, en el sentido moderno de esta palabra; ha sido la creadora de esta nueva forma de comunidad humana y de estructura política, hace un poco más de quinientos años -si se quiere dar una fecha representativa, sería 1474- Antes no había habido naciones: ni en la Antigüedad, ni en la Edad Media habían existido; ni fuera de Europa. Ciudades, imperios, reinos, condados, señoríos, califatos; naciones, no. Poco después de que España llegara a serlo, lo fueron Portugal, Francia, Inglaterra; con España, la primera «promoción»; más adelante, Holanda, Suecia, Prusia;. en un sentido peculiar, Austria, y desde fines del siglo XVII empieza a germinar algo así como una nación dentro de Rusia. Italia y Alemania no llegan a ser naciones hasta hace un siglo (aunque se sentían ya así, social si no políticamente, mucho antes, y verdaderamente lo eran).Políticamente, las expresiones «Monarquía española» y «Nación española» han precedido largamente a «España». El Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias (1611), da esta definición: «NACION. Del nombre latino natio, is, vale reyno o provincia estendida, como la nación española.» Ricardo de la Cierva, en un artículo impecable, acaba de recordar lo que ha sido siempre, cuantitativamente incluso, el uso constitucional de las expresiones «Nación» y «Nación española».

Hasta hace unos días, el anteproyecto de Constitución recién elaborado arroja por la borda, sin pestañear, la denominación cinco veces centenaria de nuestro país. Me pregunto hasta dónde puede llegar la soberbia -o la inconsciencia- de un pequeño grupo de hombres, que se atreven, por sí y ante sí, a romper la tradición política y el uso lingüistico de su pueblo, mantenido durante generaciones y generaciones, a través de diversos regímenes y formas de gobierno.

En la época en que el nombre «nación» se usa abusivamente -Naciones Unidas- por todos los países que son o se creen soberanos, desde los más grandes hasta los que apenas se encuentran en el mapa, con estructuras sociales y políticas que nada tienen que ver con la de la nación, resulta que la más vieja nación del mundo parece dispuesta a dejar de llamarse -y entenderse- así. El anteproyecto recurre a cualquier arbitrio imaginable con tal de escamotear el nombre «Nación»: «sociedad», «pueblo», «pueblos» y, sobre todo, «Estado español» -la denominación que puso en circulación el franquismo por no saber bien cómo llamarse, que ha ocupado tantos años los membretes de los impresos oficiales- Pero ocurre que estos conceptos no son sinónimos; y usarlos como si lo fueran significa una falta de claridad sobre las realidades colectivas, disculpable en la mayoría de los hombres, pero no en los autores de una Constitución.

Ahora que la Iglesia -sabiamente- ha añadido a los pecados de pensamiento, palabra y obra los de omisión, la de la palabra Nación en el texto constitucional propuesto resulta difícilmente perdonable. En él, en efecto, nunca se dice que España es una nación, lo cual equivale a decir que España no es una nación, ya que en ese texto era necesario decirlo. Me gustaría computar -en caliente, directamente- lo que de ello piensan los españoles, si se dan cuenta de lo que se intenta hacer con su país, es decir, con ellos (y con sus descendientes).

Pero no es esto sólo. La idea nacional se cuela en el anteproyecto, como de pasada, en el artículo dos, que dice así: «La Constitución se fundamenta en la unidad de España y la solidaridad entre sus pueblos y reconoce el derecho a autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran.» Yo no sé qué quiere decir que la Constitución «se fundamenta en la unidad de España»; entendería que la reconozca o la afirme o la proclame; pero esto no es demasiado grave. Sí lo es que el texto diga que integran España «nacionalidades y regiones». Explicaré por qué me parece así.

Esta Constitución, tan enemiga de toda « discriminación », la practica aquí en las más serias cuestiones. Según ella, hay en España dos realidades distintas, a saber, «nacionalidades» y «regiones». En una Constitución, habría que decir cuáles son -y me gustaría saber quién se atreve a hacerlo, y con qué autoridad-. Pero lo más importante es que no hay nacionalidades -ni en España ni en parte alguna-, porque «nacionalidad» no es el nombre de ninguna unidad social ni política, sino un nombre abstracto, que significa una propiedad, afección o condición. El Diccionario de Autoridades (1734) dice: «NACIONALIDAD. Afección particular de alguna nación,. o propiedad de ella.» Y la última edición (1970) del Diccionario de la Academia la define así: «Condición y carácter peculiar de los pueblos e individuos de una nación. 2. Estado propio de la persona nacida o naturalizada en una nación. »

Es decir, España no es una «nacionalidad», sino una nación. Los españoles tenemos «nacionalidad española»; existe la «nación España», pero no la «nacionalidad España» -ni ninguna otra-. Con la palabra «nacionalidad», en el uso de algunos políticos y periodistas en los últimos cuatro o cinco años, se quiere designar algo así como una «subnación»; pero esto no lo ha significado nunca esa palabra en nuestra lengua. El artículo del anteproyecto no sólo viola la realidad, sino el uso lingüístico.

Algunos defensores de esa acepción espúrea de la palabra «nacionalidad» invocan el precedente del famoso libro Las nacionalidades, publicado hace poco más de un siglo por D. Francisco Pi y Margall, catalán, republicano federal, uno de los presidentes del poder ejecutivo de la efímera I República Española (febrero de 1873 a enero de 1874). Ahora bien, al invocar ese libro demuestran no haberlo leído. Porque Pi y Margall no llamó nunca «nacionalidades» a ningún tipo de unidades político-sociales, ya que sabía muy bien la lengua española en que escribía -en que escribió tan copiosamente- Las «nacionalidades» de que habla son, no Francia, España, Alemania, Suiza o Estados Unidos, sino la nacionalidad francesa, la española, la alemana, la suiza, la norteamericana, etcétera. Usa la expresión en el sentido en que -todo el siglo XIX habló del «principio de las nacionalidades». A las naciones, Pi y Margall las llamaba «naciones»; y a lo que solemos llamar «regiones», casi siempre las denominaba con la vieja palabra romana, de amplísima significación, «provincias». Lo que pasa es que resulta más cómodo leer títulos que libros, y los antiguos, ni siquiera solían tener las socorridas solapas que tantas veces simulan un conocimiento inexistente.

Al hablar -con entusiasmo- del principio federalista, que Pi y Margall pretendía aplicar a todos los niveles, desde el municipio hasta Europa, escribe, por ejemplo:

«Yerra el que crea que por esto se hayan de disolver las actuales naciones. ¿Qué había de importar que aquí, en España, recobraran su autonomía Cataluña, Aragón, Valencia y Murcia, las dos Andalucías, Extremadura, Galicia, León, Asturias, las Provincias Vascongadas, Navarra, las dos Castillas, las islas Canarias, las de Cuba y Puerto-Rico, si entonces como ahora había de unirlas un poder central, armado de la fuerza necesaria para defender contra propios y extraños la integridad del territorio, sostener el orden cuando no bastasen a tanto los nuevos Estados, decidir las cuestiones que entre éstos surgiesen y garantizar la libertad de los individuos? La ración continuaría siendo la misma. Y ¿qué ventajas no resultarían del cambio? Libre el poder central de toda intervención en la vida interior de las provincias y los municipios, podría seguir más atentamente la política de los demás pueblos y desarrollar con más acierto la propia, sentir mejor la nación y darle mejores condiciones de vida, organizar con más economía los servicios y desarrollar los grandes intereses de la navegación y el comercio; libres por su parte las provincias de la sombra y tutela del Estado, procurarían el rápido desenvolvimiento de todos sus gérmenes de prosperidad y de riqueza: la agricultura, la industria, el cambio, la propiedad, el trabajo, la enseñanza, la moralidad, la justicia. En las naciones federalmente constituidas, la ciudad es tan libre dentro de la provincia como la provincia dentro del cuerpo general de la República.»

Pi y Margall extiende la misma Consideración a otras nacion es: «Otro tanto sucedería en Francia si se devolviese a sus provincias la vida de que disfrutaron, y en Italia, si se declarase autónomos sus antiguos reinos y repúblicas, y en la misma Inglaterra, si lo fuesen Escocia e Irlanda... Inglaterra, Italia y Francia seguirían siendo las naciones de ahora.» Pi y Margall habla constantemente de «grandes naciones» y «pequeñas naciones»: ni a unas ni a otras se le pasa por la cabeza llamar «nacionalidades». Y el libro III de Las nacionalidades se titula La Nación española.

¿De dónde viene entonces este uso caprichoso e inaceptable de la palabra «nacionalidad»? Es, simplemente, un anglicismo, de los que tanto gustan los que no tienen mucha familiaridad con la lengua inglesa. Si no me equivoco, procede de John Stuart Mill, que en su tratado sobre Representative Government (1861) usó la palabra nationality en su recta significación y, además, de manera imprecisa, como designación de una comunidad. Mill habla de feeling of nationality (sentimiento de nacionalidad), French nationality (nacionalidad francesa), etcétera. Pero también dice, por ejemplo-, «A portion of mankind may be said to constitute a Nationality if they are united among themselves by common sympathies which do not exist between them and any others, etcétera.» («Puede decirse que constituye una Nacionalidad una porción de humanidad si están unidos entre sí por simpatías comunes que no existen entre ellos y otros cualesquiera, etcétera.»).

Por esta vía -una teoría polítíea inglesa de mediados del siglo XIX- ha entrado en nuestra lengua una moda recentísima, imprecisa, que aparece con alguna frecuencia en nuestros periódicos y en los discursos de algunos políticos que acaso no saben muy bien de qué hablan. Parece demasiado que tan livianos motivos determinen la Constitución de la Nación española, introduzcan una arbitraria desigualdad entre sus miembros y pongan en pelígro la articulación inteligente y fecunda de un sistema de autonomías eficaces, fundadas en la realidad, no en oscuros rencores o en la confusión mental.

Fuente:www.elpais.com

 

domingo, 1 de mayo de 2022

“El vasquismo y el catalanismo son un indigenismo a la española” - Iván Velez


 Discípulo del filósofo Gustavo Bueno, miembro de la Escuela de Oviedo y autor de numerosos libros, se instaló en Sevilla para coordinar el grupo parlamentario de Vox

 

 

El despacho de Iván Vélez (Cuenca, 1972) en las Cinco Llagas sería funcional y previsible si no fuese por dos detalles: una foto de Camarón de la Isla y una bandera de España de mesa. Arquitecto de formación, profesión que ejerció durante un tiempo, descubrió su verdadera vocación como ensayista cuando conoció al filósofo Gustavo Bueno, uno de los principales pensadores de la España del siglo XX. Perteneciente a la llamada Escuela de Oviedo, Iván Vélez, llegó a Sevilla para ser el coordinador del grupo parlamentario de Vox. Su aspecto no es el que dicta el tópico y la pereza mental: no lleva ‘fachaleco’ ni gomina, sino una chaqueta de algo que parece cuero y unos vaqueros. Elogia el cinturón claveteado del fotógrafo y tiene patillas, pero más de rockero que de garrochista. Su trato es agradable y educado, muy alejado del tono crispado de algunos de sus compañeros (y de sus adversarios). Colaborador en numerosas revistas de pensamiento y en periódicos, tiene una extensa obra como ensayista en la que ha tocado los temas más diversos de forma individual o colectiva. Destacamos sólo tres: ‘Sobre la leyenda negra’, ‘El mito de Cortés’, o ‘Nuestro Hombre en la CIA’. Es director de la Fundación Denaes (Defensa de la Nación Española)

–“Pensar es siempre pensar contra otro”. Llama la atención, es una frase dura.

 Pero no es mía, sino del filósofo Gustavo Bueno. Es una frase que habla de la condición dialéctica del hombre, de que no hay verdades absolutas. No es que todo sea relativo, sino que las personas criticamos la realidad o nos enfrentamos al adversario desde una perspectiva concreta. Todos estamos determinados por ideologías, creencias, supersticiones... Esto te enfrenta de algún modo, con mayor o menor hostilidad, a los otros.

–¿Y contra quién piensa Iván Vélez?

 

–Contra los idealistas... o, mejor dicho, contra el idealismo. Pertenezco a la escuela del materialismo filosófico.

–Perdón por el prejuicio, pero materialismo y Vox son dos términos que aparentemente chocan.

–A mi partido se le caricaturiza demasiado. Los militantes de Vox tienen un núcleo común, como la defensa de la nación española y ciertos aspectos culturales, pero después pertenecen a diferentes ideologías.

–¿Y esa foto de Camarón?

–Me gusta mucho el flamenco, lo jondo, pero no el flamenquito. En Madrid era un asiduo del Candela, un templo.

–Ya ha salido el materialismo filosófico y la figura de Gustavo Bueno... Usted pertenece a eso que llaman la Escuela de Oviedo.

–Somos un conjunto de gente, no necesariamente pertenecientes a la Universidad, que estamos vinculados al materialismo filosófico y a la figura de Gustavo Bueno. Nos dedicamos a analizar distintos campos de la realidad: la política, la ética, la estética... Hay gente muy diversa, que ha militado en el PSOE, en Ciudadanos, en partidos de izquierda... También en Vox. La Escuela de Oviedo da una visión de la realidad absolutamente crítica.

¿Cómo era Gustavo Bueno?

–Un gran conversador y un tipo muy cálido y cercano. Tenía, sobre todo, una capacidad de análisis portentosa. No hacía distinciones, lo he visto dar conferencias en un gran ateneo y en un garaje.

–¿Se siente acosado por pertenecer a Vox?

–Acosado no, pero sí he visto que se han cerrado algunas puertas, lo que hay que asumir con naturalidad. Por ejemplo, antes escribía mucho más en periódicos de tirada nacional. Ahora me he quedado sólo para aspectos históricos neutros. No quiero ir de víctima por la vida. También se me han abierto otras puertas de la manera más insospechada.

 Gran parte de los españoles se autoodian por el hecho de serlo. Se creen pertenecientes a una nación errónea

 –Una de las expresiones de moda es “batalla cultural”. ¿De qué hablamos?

–Es imposible que no la haya. Podemos decir que la batalla cultural comenzó en Atapuerca. En todas las sociedades políticamente desarrolladas hay divergencias.

–En toda batalla hay dos bandos. ¿Cuáles son?

–Con todas las reservas, hay un primer bando bajo un rótulo muy impreciso que se llama progresista que agrupa a globalistas, eticistas, fundamentalistas democráticos... Al bloque antagonista no sé muy bien cómo llamarlo. Conservador es una forma muy limitada de concebirlo. Eso sí, ambos bloques son muy heterogéneos. No hay que simplificar, uno puede estar muy de acuerdo con algunas cosas del bando contrario. Siempre hay contradicciones internas.

–Está claro que usted no milita en el bando denominado progresista.

–Es una ideología que se ha ido implantando de una manera casi aplastante. Nada más hay que ver la autocensura a la que estamos sometidos.

–¿Cómo se define usted políticamente?

–Como un defensor de la nación española y de las estructuras estatales. También tolerante en lo religioso y defensor de la tradición, pero sin ser esencialista. No creo en esencias metafísicas eternas e inmutables. Fundamentalmente, insisto, estoy en política para defender a la nación española.

–Una vez derrotado el terrorismo vasco y desactivado el procés, ¿sigue amenazada la nación española?

–Creo que sí. En primer lugar es incomprensible que unos partidos que programáticamente aspiran a la destrucción de una nación operen en la legalidad, es como mantener y alimentar un tumor maligno. España también está amenazada por un europeísmo desmedido y disolvente, que prescinde de la idea de nación. Y, finalmente, una gran parte de los españoles se autoodian por el hecho de serlo, se creen pertenecientes a una nación errónea, algo producto de la leyenda negra.

–Alguna vez ha escrito que el europeísmo es una patología. Un poco duro, ¿no?

–Ya no se puede criticar Europa, es un mito. Europa es un campo de batalla histórico, una realidad conflictiva que se ha manifestado en innumerables guerras. Actualmente está dominada por los intereses franco-alemanes. España se ha sumado a este proyecto con papanatismo, como diría Unamuno. Es evidente que somos un país europeo, pero da la casualidad que en frente tenemos al Nuevo Mundo, que es una construcción hispana.

 

–La hispanidad es una idea muy olvidada. Sin embargo, la Escuela de Oviedo, al igual que Gustavo Bueno, la reivindica con fuerza.

–Hay muchos malentendidos con la Hispanidad, incluso por parte de sus partidarios. Si por Hispanidad entendemos que España tutele a las naciones americanas es inadmisible. Por muchas razones. Si nuestro gran nexo de unión es la lengua, habrá que tener en cuenta que España es sólo el tercer o cuarto país del mundo en hispanohablantes. Además, en España se persigue el español, se está erradicando el idioma de las instituciones. Hoy no se puede escolarizar un niño boliviano en español en Gerona. Aunque seamos el origen, España está ahora en la periferia de la Hispanidad. El centro de gravedad de la Hispanidad está actualmente en México. El problema es que este país es absolutamente negrolegendario y están acusando a Hernán Cortés de todos los males, cuando fue el que los introdujo en la Historia Universal y sentó los cimientos del vierreinato sobre el que, a su vez, se construyó la nación mexicana.

–Como decía Octavio Paz, el problema de México es que no reconoce a su verdadero padre, Hernán Cortés.

–Son cuestiones casi psicoanalíticas. La idea de Hispanidad debe tender más a la comunidad que a la tutela. España no puede renunciar a ese vínculo, porque es su ámbito histórico natural.

–Quizás el único presidente de la democracia que apostó por la Hispanidad fue Felipe González.

–El sistema de cumbres iberoamericanas, que potencias como Francia intentaron erosionar, fue una buena iniciativa. Luego vino el giro atlantista de Aznar, que no era exactamente hispanista.

–Giro noratlantista.

–Exacto, noratlantista. También ha sido muy negativo el que el actual Gobierno haya escondido a la figura del Rey. En muchos ámbitos de Hispanoamérica sigue siendo una figura de referencia. España está renunciando a cosas muy positivas.

–Usted tiene dos libros sobe Cortés.

–El mito de Cortés y La conquista de México.

–Los mexicanos han matado al padre, pero los españoles al hijo. A don Hernán se le esconde oficialmente.

–Tenemos la Leyenda Negra inyectada en vena. La sociedad española la ha asumido. Para la mayoría, todo español que cruzó el charco fue para asesinar, violar y robar. Cortés fue un mito luminoso que en el siglo XIX se tiñó de oscuro. No quiero decir con esto que fuese un santo. Era un “hombre severo”, como decían los historiadores norteamericanos.

 Aunque seamos el origen, España está ahora en la periferia de la Hispanidad. El centro está en México

 

–Pero también ha habido mucha gente que ha reivindicado el legado de Cortés.

–Desde luego, pero la idea predominante ha sido la contraria. Ahora bien, debo decir que los excesos de la Leyenda Negra han provocado una reacción y la respuesta es creciente.

–¿Y en América?

–Ahora prima el auge de los indigenismos. El problema es que las fronteras de estas supuestas naciones étnicas no coinciden con las actuales fronteras políticas del continente, por lo que son una amenaza para los países. Es como pasa aquí con el vasquismo y el catalanismo, que son una suerte de indigenismo a la española.

–Cortés podrá gustar más o menos, pero Torquemada... Usted, sin embargo, ha escrito un libro sobre él. ¿Se le puede reivindicar como figura? ¿Cómo era Torquemada, el inquisidor por excelencia?

–Es una pregunta muy difícil de contestar, porque hay muy poco material biográfico. Hay más de su obra que del personaje. Pero lo que es cierto es que Torquemada gozó de un gran prestigio en su tiempo. Yo no pretendo decir que la contextualización lo encubre todo, pero hay que entender la mentalidad del siglo XV, lo que para ellos significaba ser católico o no serlo, las grandes fracturas que habían entre religiones. Torquemada es una figura muy de una época, no pretendo justificarlo, pero sí entenderlo. Lo que no puedo admitir es ese reduccionismo psicologista con el que se le juzga, como eso de que era un sádico, un criminal... Estaba dentro de un gran colectivo y sometido a una serie de factores que ni siquiera él controlaba. Su condena, como la de tantas grandes figuras, también viene del XIX y del afrancesamiento de la sociedad española.

–Caro Baroja dejaba claro que un inquisidor era un señor normal y corriente que quería hacer carrera burocrática en la España de su tiempo, como hoy un inspector de Hacienda

–La pertenencia a la Inquisición era algo prestigioso para los españoles de aquella época. En aquel momento las cuestiones religiosas estaban muy imbricadas en la realidad. No he tratado de blanquear la figura de Torquemada, pero sí de entender por qué ocurren las cosas. El libro me costó muchos sudores... ¡Buah!

–Usted ha criticado en alguna ocasión lo que ha llamado la visión castellanista del idioma español.

–Una nación debe tener diferentes acentos. También es normal que guarde ciertos arcaísmos lingüísticos. Yo soy de una zona de Cuenca en la que he escuchado decir “yo te vide ayer”. Es lógico que haya acentos, tonos, jergas... El español se nutre de un montón de idiomas: el árabe, el caló, el náhuatl, otras lenguas romances europeas, etcétera. No se puede tener una foto fija de la realidad lingüística.

–¿Y el bable?

–El problema es el Babel normalizado, el bablebatua, como lo que ocurrió con el vascuence. Había siete vascuences como mínimo y ahora hay uno. Eso es un reduccionismo con el que se pierde una gran riqueza. En España no se habla castellano como lo hacían el Cid o San Fernando. Desde que se introdujeron palabras como canoa, cacao, tabaco, tomate... se produjo el cambio.

–Una de las cosas de Vox que más inquieta a algunos es su militancia antiautonomista. ¿De verdad quiere acabar Vox con las autonomías?

–El estado de las autonomías es un modelo fallido. Es una auténtica traba para la movilidad y una fuente de desigualdad entre españoles. Y, además, una garantía del mantenimiento de las oligarquías locales. Si uno tira del hilo de las grandes fortunas ve que se han amoldado muy bien a las autonomías. Eso hay que disolverlo de la manera que se pueda.

 La CIA apoyó al antifranquismo no comunista y configuró la España autonómica y socialdemócrata de hoy

 

–Pero ha acercado la administración a los ciudadanos.

–Yo no estoy diciendo que para hacerse el DNI haya que ir a la Puerta del Sol. Una cosa es la accesibilidad a la administración y otra muy diferente crear compartimentos estancos como aquí.

–¿Pero es viable desmantelar el estado autonómico?

–Es muy difícil, porque hay mucha gente que vive de él y es una medida muy impopular. Pero como mínimo hay que erosionarlo al máximo y devolver competencias al Estado.

–Ha trabajado también sobre el papel de la CIA en la España de Franco, en cómo apoyó a la oposición democrática no comunista.

–Dentro de la batalla cultural de la Guerra Fría, la CIA configuró la España socialdemocráta y autonómica que hoy existe. Lo hizo apoyando a intelectuales y disidentes no comunistas que configuraron el comité español del Congreso por la Libertad de la Cultura. Recibían dinero en becas y bolsas de viajes y de libros. Las gentes de ese colectivo, cuyo mascarón de proa fue Dionisio Ridruejo, fueron los grandes ideólogos del régimen del 78: Aranguren, Marías, José Luis Sampedro, Tierno Galván. Se buscaba una alternativa a un fraquismo que tenía fecha de caducidad.

–¿Es usted liberal?

–No sé qué es eso. Veo muchos liberales a quienes lo único que les obsesiona es la cartera.

Fuente: www.diariodesevilla.es