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miércoles, 24 de agosto de 2022

El clima depende del Sol: pero, ¿y si sudamos este verano por un volcán de Tonga? - Pedro Fernández Barbadillo

 Estamos atravesando un verano anormalmente caluroso, pero no único en nuestra historia. Por mucho que se empeñen algunos medios de manipulación de masas, la aparición de iglesias cubiertas por las aguas de los embalsas en España ya ha ocurrido en otros años cercanos, como prueban diversas fotografías, accesibles en Internet.

En Alemania la bajada de las aguas de los ríos ha mostrado las llamadas ‘piedras del hambre’, que marcaban un descenso tan grande que anunciaba sequías y, en consecuencia, hambrunas. Si esas piedras, según las fechas inscritas en ellas, se colocaron en los siglos XVIII, XVII y hasta XV, ¿qué calentamiento global hubo entonces?, ¿usaban ya los humanos de aquellas centurias vehículos con motor de combustión y quemaban gas natural?

El principal factor que influye en el clima en la Tierra no es la actividad humana, sino la actividad solar. Del Sol depende la vida en la Tierra y, relacionado con él, el eje de nuestro planeta (declinación), así como su distancia a la estrella en torno a la que orbita (afelio y perihelio). Situados ya en la Tierra, encontramos otro factor capital que tampoco depende de los seres humanos: los volcanes.

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Volcán de Tambora

Ya contamos en otro artículo que a 1816 se le llamó ‘el año sin verano’, debido al frío que provocó la erupción del volcán Tambora (Indonesia). La capa de cenizas cubrió la Tierra e impidió que el Sol la calentase, con lo que las cosechas se arruinaron y se produjeron tumultos. ¡Que lo tengan presente quienes proponen enfriar la Tierra con planes luciferinos como tapar el Sol!

El invierno de 1708 y 1709 fue uno de los más espantosos de los que hay recuerdo, el más frío de los últimos 500 años. A la mortandad causada por la guerra de Sucesión española, se unió un brusco descenso de las temperaturas. En Europa, donde mejor se ha documentado este fenómeno, se cortaron las comunicaciones debido a la congelación del Báltico y la laguna de Venecia, así como de numerosos ríos; los animales, tanto domésticos como salvajes, murieron en los bosques o en los establos. Los fallecimientos humanos se calculan en millones. Este invierno, precedido de otros años de mal tiempo, coincidió con la desaparición de las manchas solares, el mínimo de Maunder.

Sin embargo, el comienzo del siglo XVIII no fue tan dañino para la humanidad como la primera mitad del siglo VI después de Cristo. En el 536 un volcán en Islandia lanzó tal cantidad de ceniza a la atmósfera que las regiones del hemisferio norte quedaron cubiertas por una neblina que atenuó el brillo y el calor del Sol durante meses. Las temperaturas en el verano del 536 bajaron entre -1’5 y -2´5 grados.

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Procopio de Cesarea

El suceso, ya conocido por testimonios como el de Procopio de Cesarea, lo confirmó el análisis del hielo de un glaciar alpino, el Colle Gnifetti. La misma investigación registró los efectos de otras dos erupciones en años cercanos: 540 y 547. Los científicos aseguran que la primera erupción inauguró la década más fría de los últimos 2.300 años.

Además, en el 541 la peste bubónica, venida al parecer de China, penetró en el Mediterráneo por el puerto egipcio de Pelusio. Esta epidemia, a la que los historiadores han llamado la Plaga de Justiniano, mató a millones de personas ya debilitadas; según algunos cálculos la mortandad en el Imperio Romano de Oriente comprendió entre un tercio y la mitad de su población.

El terror fomentado por los poderosos

En estas semanas los políticos y los periodistas asustaviejas culpan de los incendios que asolan la Península al cambio climático, que debe de ocuparse también de acumular rastrojos y maleza en los montes. Con este sospechoso habitual, se oculta la incompetencia de los funcionarios autonómicos (como los que en Aragón dieron permiso durante esta sequía a una empresa para meter una excavadora en el campo, que originó el incendio de Ateca) y las presiones de los cansinos grupos ecologistas, para los cuales toda acción humana, como la de retirar troncos caídos o limpiar los ojos de los puentes y los sumideros, profana la naturaleza.

El cambio climático se va a convertir en los próximos meses en el nuevo monstruo que permitirá a las castas de los ‘expertos’ y los políticos exigirnos sacrificios para salvarnos de la ‘emergencia climática’, como no encender la calefacción o renunciar al coche, para que ellos puedan seguir disfrutando de sus solomillos de buey y sus aviones privados.

Hay ya tantas subvenciones en este asunto que todos quieren apuntarse a la descarbonización y al terror climático, el instrumento necesario para que los ingenuos pidan que se les salve. ¿Ha sido casualidad o consigna que todas las televisiones europeas hayan recurrido simultáneamente a los mapas meteorológicos coloreados de rojo fuego y negro quemado?

Los meteorólogos de la agencia pública AEMET han afirmado que el de 2022 va a ser el verano más frío de los próximos años, pues debido al calentamiento global las sardinas y los calamares saldrán fritos del mar. Semejante pronóstico pronunciado con tanta soberbia me recuerda a otro, emitido en 2000 por el profesor David Viner, jefe del departamento de investigaciones climáticas de East Anglia (Inglaterra), según el cual los niños ya no conocerían la nieve. Ni que decir tiene que ha seguido nevando en Gran Bretaña, como en España, ni que Viner sigue con su puesto en la universidad. Porque no se trata de ciencia, sino de propaganda.

Un volcán submarino en Tonga

¿Pero ha dicho algo la ciencia de verdad sobre este verano? Pues sí, pero no le sonará, amigo lector, porque la que yo llamo ‘prensa de kalidá’ no lo ha sacado en los papeles ni mucho menos le ha dedicado tiempo en los noticiarios.

El 15 de enero, entró en erupción el volcán submarino Hunga Tonga-Hunga Ha'apai, en la isla de Tonga. Fue la mayor explosión registrada en la Era Moderna. Aparte de los maremotos y del lanzamiento de escombros a 50 kilómetros de altura, el volcán generó 146.000 millones de litros de agua, que llegaron a la estratosfera.

El principal gas de efecto invernadero no es el CO2 (del total que existe el hombre sólo ha generado en torno a un 3%), sino el vapor de agua, que también permanece en la atmósfera durante mucho tiempo. Las temperaturas más elevadas de lo habitual de este verano, según algunos meteorólogos, pueden repetirse en los próximos cinco años.

Si esta teoría se confirma, al menos no padeceremos inviernos heladores que nos coloquen al borde del hambre y el congelamiento a los que nos conducen la oligarquía que nos exprime.

Basta que erupcione un volcán de los 1.500 que se consideran activos para mostrarnos nuestra pequeñez dentro de la naturaleza.

Aun así, algunos seguirán empeñados en que ellos, absteniéndose de carne y usando la bicicleta, pueden modificar el clima. Son una prueba de lo acertado que estuvo Michel Houellebecq al escribir en su última novela: "mucha gente hoy día se había vuelto gilipollas: era un fenómeno contemporáneo evidente, indiscutible".

 

                                       Fuente : Libertad Digital


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