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lunes, 1 de noviembre de 2021

El retorno de Greta Thunberg - José García Domínguez


                                                              José García Domínguez  

El culto neopagano a la Naturaleza no es, en el fondo, más que un tosco sucedáneo que intenta disimular la nostalgia de Dios, de cubrir su vacío.

 


El tiempo pasa implacable para todos, también para Greta Thunberg, aquella pobre niña de inquietante mirada extraviada a la que alguien - quizá algún día sabemos quién- decidió robar la infancia a fin de hacer de su holograma televisivo un histriónico sucedáneo laico y laicista de unas pastorcillas también pobres, amén de aldeanas y portuguesas, a las que, dicen, se apareció la Virgen en Fátima. Ahora, Greta se ha transmutado en una joven de 18 años que, al menos en gozosa apariencia, semeja dar inequívocas muestras de estar en trance de curación parcial, si no completa, de su estado de enajenación inducida, el que a tantos nos hizo temer muy en serio por su salud mental futura.

Algo que jamás vimos en aquellos tiempos, los de su infancia prisionera del iluminismo panteista en su variante verde, una sonrisa espontánea y natural se dibujaba ayer en el rostro de la adolescente Thunberg. A mí, esa desgraciada criatura icónica, ahora juguete roto - por ventura para todos - de un márketing, el de las novísimas pseudo religiones poscristianas, volcado en extraer la sangre comercial a los niños igual que Drácula a sus doncellas transilvanas, me recuerda mucho a Osel, otro niño destruido, solo que español y granadino, al que unos progenitores tan chiflados o más que los de Greta dieron en presentar en sociedad como la viva reencarnación de un venerable lama tibetano de la época de María Castaña.

Nadie fue a la cárcel por aquel crimen de lesa infancia, pero Osel, quien a diferencia de Greta parece que ha logrado huir de modo definitivo de sus captores, tendrá mucha suerte si no acaba sus días en un manicomio. Quizá la mayor mentira piadosa de este tiempo absurdo que nos ha tocado vivir sea la presunción tan generalizada a propósito de que la nuestra sería una época histórica secularizada. Porque nada hay más falso. Esos tristes niños vampirizados encarnan una de las mil pruebas. El culto neopagano a la Naturaleza, esa ecuménica obediencia irracional y desquiciada que tuvo a la niña Greta por suma sacerdotisa en su día, no es, en el fondo, más que un tosco sucedáneo que intenta disimular la nostalgia de Dios, de cubrir su vacío. Quizá Él les perdone

Fuente: libertad digital

José García Domínguez

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