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sábado, 9 de abril de 2022

Jon Juaristi: "Reivindicar un pasado regionalista frente al pasado español es de vivales o acomplejados"


 

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El catedrático publica El canon español, un recorrido "fuera de todo chovinisimo" por las aportaciones españolas a la civilización occidental.


 

Dice Jon Juaristi (Bilbao, 1951) que el historiador debe tener imaginación. También que escribir una enciclopedia sobre el legado español es prescindible, existiendo como existe internet. Para él, un libro de esas características sólo comenzaría a ser interesante en el momento en el que ofrezca un contexto, una explicación y una serie de herramientas con las que poder evaluar adecuadamente los acontecimientos de los que se habla. Con eso en mente ha publicado junto al Doctor en Lengua y Literatura Juan Ignacio Alonso El canon español (La Esfera de los libros), un recorrido por las principales aportaciones de España a la civilización occidental. "Hemos procurado desprendernos de cualquier atisbo de chovinismo y ser objetivos en la medida de lo posible: la grandeza del legado español se sostiene por sí misma sin necesidad de exégetas o de propagandistas. Confiamos en que los lectores, al volver la última página de esta obra, conozcan mucho mejor nuestro pasado y nuestra cultura", escriben en el prólogo.

Pregunta: Señor Juaristi, ¿qué es España?

Respuesta: España es una nación histórica. Lo que no quiere decir que sea una nación política eficaz. El concepto moderno de nación es el de una comunidad política basada en el consenso tácito de sus ciudadanos. En el caso de España, es obvio que a ningún español le cuesta reconocerse como tal cuando se encuentra en el extranjero. Dentro de sus fronteras, sin embargo, la cosa es más problemática porque ese consenso es débil. Lo que tiene España es un Estado que hasta ahora ha funcionado más o menos bien. Y en ese sentido es más un Estado que una nación. Pero es un caso complejo porque, al mismo tiempo, lo que une a los españoles son los elementos históricos y culturales antes que los elementos políticos. Para decirlo brevemente, México es una nación. No tiene Estado. O tiene un Estado tan ineficaz y corrupto que casi mejor que no lo tuviera. España es todo lo contrario. Tenemos un Estado que funciona más o menos correctamente, pero la nación política como tal no comparece en la medida en que debiera hacerlo en la conciencia de los ciudadanos. Por eso los nacionalistas vascos se han hecho hegemónicos en el País Vasco. Allí uno de los partidos nacionales, el PP, ha desaparecido por completo. Y el otro, el PSOE, es un partido oportunista que se ha convertido en una especie de socialdemocracia nacionalista. Otra cosa es que los nacionalistas vascos tengan verdaderas ganas de independizarse. Para mí, el hecho de pertenecer a una nación política superior es algo con lo que se sienten cómodos, porque se benefician de ella. Es todo bastante complicado, pero digamos que España tiene una existencia histórica como nación. Y la prueba es evidente.

 


 

P: ‘El canon español’ empieza con las pinturas prehistóricas peninsulares. ¿Por qué?

R: Eso es porque el libro tiene dos enfoques distintos. Yo no diría que contrapuestos, pero sí muy difícilmente complementarios. Uno es el de Juan Ignacio Alonso, que es un especialista en enciclopedias. Es un tipo brillante, pero su concepción del libro tiene más que ver con el legado español que con el canon. Y en el legado entra prácticamente todo. Todo lo que en la península ha sido culturalmente valioso formaría parte del legado que nos ha ido trayendo hasta aquí. Mi planteamiento, en cambio, está más ceñido al concepto de canon. Es decir, aquel conjunto de aportaciones españolas indiscutibles a una identidad más amplia. A ser posible que roce lo universal, o por lo menos lo occidental. Lo que yo buscaba, en cierto sentido, era dar respuesta a la exclusión de España en ese canon por parte de autores importantes como Kenneth Clark, por ejemplo. Él, en Civilización, excluyó a España. Y lo justificó diciendo que en España ha habido explosiones culturales inmensas e indudables, pero que no han tenido un sentido de continuidad.

 

P: Como Harold Bloom.

R: Exactamente. Nuestro libro es una respuesta doble, en ese sentido, tanto al planteamiento de Kenneth Clark como al de Harold Bloom.

P: También parece un compendio del desarrollo cultural de la propia España, más que una mera reivindicación de sus "aportaciones".

R: Eso es. Nuestro enfoque está más ligado al concepto de Américo Castro de morada vital. Eso es lo que me interesa. En España se han hecho cosas, independientemente de que sepamos quiénes las han hecho. Por ejemplo, la identidad española, prácticamente hasta finales de la Edad Media, se identifica con el cristianismo latino. Sin duda.

P: De ahí la pregunta que se hacen: ¿Se consideraba Isidoro de Sevilla español?

R: Exactamente. Él escribió los Laudes Hispaniae, pero en realidad consideraba España como una provincia del Imperio que acaba de desaparecer. Mi selección de los integrantes del canon está formada en su mayoría por gente que no tiene el castellano como lengua. Escriben en latín, casi todos. Y algunos en catalán, como Ramon Llull. Don Alfonso sí que escribió en castellano, salvo cuando escribió en gallego. Y lo que escribió en castellano no es lo que entra en el canon occidental. La aportación alfonsí fundamental es servir de medio de trasvase a Europa del conocimiento clásico acumulado por el islam.

P: El libro analiza esa relación bilateral. Tanto las aportaciones españolas al canon europeo como las europeas al canon español.

R: Correcto. El Camino de Santiago introdujo en España una serie de aportaciones culturales fundamentales del medievo europeo, por un lado. Por el otro, el clasicismo griego, que no cuajó en Europa hasta el Renacimiento, llegó a través de los árabes averroístas y de los españoles, que lo introdujeron en la Universidad de París. En mi selección de las aportaciones españolas al canon europeo considero que existen algunos ejemplos indudables. Isidoro de Sevilla es uno, claramente. Todas las enciclopedias medievales parten de sus Etimologías. Él fue el que recopiló todo el gran repertorio enciclopédico del saber antiguo.

P: A veces parece que la aportación española se limita siempre a esa labor de recopilación, y no tanto a la innovación en la historia del pensamiento. ¿Es así?

R: Podríamos decir que sí. En realidad, la originalidad española destaca mucho más a nivel literario y artístico. El caso de Beato de Liébana es paradigmático. Beato escribe unos comentarios del Apocalipsis de Juan que, salvo para los muy especialistas, son ilegibles. No creo que se leyeran ni en su momento, fuera de España. Su labor intelectual fue muy localista, estuvo muy enraizada en las problemáticas religiosas peninsulares. Y sin embargo, lo que sí que tuvo repercusión europea fueron sus ilustraciones. El Beato es el gran libro protonacional español. Cumple la misma función que en Inglaterra tuvo la Historia gentis Anglorum de Beda el Venerable. Y es normal. Tuvo una gran repercusión en la España de la alta Edad Media porque era fundamentalmente un libro apocalíptico dirigido contra el islam. Sus ilustraciones, sin embargo, influyeron más allá de los Pirineos. Los ilustradores de los Beatos crearon la imaginería románica. Si tú vas al claustro de Moissac, en Francia, lo que te encuentras es la imaginería de los Beatos. Incluso hay quien ha sostenido que Rothko se inspiró directamente en ellos a la hora de desarrollar sus pinturas. Y es bastante posible que le llamasen la atención, con esas franjas horizontales de distintos colores. Aunque claro, antes de Rothko ha llovido mucho.

P: Una pregunta: ¿En España, a nivel institucional, por qué parece costar más reivindicar las aportaciones culturales españolas que las regionalistas?

R: Eso es una chorrada. Es una cosa de acomplejados. El que reivindica un pasado regionalista frente al pasado español, o es un vivales, un tipo que busca poder en ese nivel local, o es un acomplejado. Aunque luego también hay casos extraños, como el del Prat de la Riba, que lo que tenía era una estrategia. Él consideraba que primero tenían que hacerse fuertes en Cataluña, para luego dar el salto a Madrid, desplazar a la burocracia odiosa madrileña y construir el imperio español ellos mismos. El suyo es un caso extremo y casi único. Sabino Arana no era eso. Y lo que ha sido el catalanismo después tampoco.

 

P: ¿Por qué se tiene más miedo al nacionalismo español que a los nacionalismos periféricos?

R: Por la superstición guerracivilista. El nacionalismo vasco está en el bando de los derrotados. El catalán no es tan claro. En el nacionalismo catalán existe esa vertiente radical republicana de Companys, que sí que está entre los derrotados, pero también la de Cambó y la Liga Regionalista, que se apuntó con los vencedores. Lo que está claro es que aquí se identifica la nación histórica con el nacionalismo español. Y el nacionalismo español con los vencedores de la Guerra Civil. Aunque, realmente, los vencedores no eran un bloque homogéneo. Desde luego, no todos eran nacionalistas. Hay una anécdota conocida de cuando Ramiro Ledesma conoció a Ramiro de Maeztu y le dijo: "Yo, como usted, don Ramiro, soy un nacionalista español". Y Maeztu le contestó: "Usted será lo que quiera, joven, pero yo no soy nacionalista. Porque el nacionalismo es chusma y petróleo. Yo soy de la tradición española, que es otra cosa". Él era de Santa Teresa de Jesús. Del pensamiento tradicional católico hispanista. Esa es la cuestión. El problema es que como España no ha sido una nación política, ha funcionado sobre las bases de la nación histórica. La aventura americana no fue la aventura de una nación política. España no fue una nación política queriendo construir un imperio. España era una nación histórica queriendo ampliarse. Funcionaba en América como había funcionado en la península. ¿Qué somos? Pues cristianos españoles, da igual que estemos en la península que en América. Ni por asomo España tiene algo que ver con los imperios de la época. Es otra cosa. Son los virreinatos. Como en la península. Las otras Españas.

P: Algunos autores recientes comparan el Imperio español con el romano y la hispanización de América con la romanización. ¿Tiene sentido?

R: La diferencia es que Roma no quiso hacer eso al comienzo. Es decir, la concepción de ciudadanía romana en todo el Imperio es muy tardía. Roma funcionaba por provincias. Y sus provincias eran como colonias, para entendernos. No tenían ese sentido español de los virreinatos. Por eso escuchar a los nacionalistas vascos decir que ellos son una colonia interior del Imperio español es una chorrada. En México se suele decir que la Conquista la hicieron los indios, la independencia los españoles y la revolución los mestizos. Y es verdad. Carlos Fuentes decía que los Aztecas se quedaron turulatos al ver entrar por un desfiladero a trescientos extremeños llenos de mierda, chupando polvo como locos, y detrás de ellos a miles de tlaxcaltecas dispuestos a cortarles el gañote. La Conquista la hicieron los tlaxcaltecas, con Cortés al frente. Y hasta la emancipación siguió siendo igual. Los ejércitos realistas que lucharon contra los criollos independentistas en Perú tenían a 369 españoles en total. Pero sus 15.000 peruanos de base eran indios, o como mucho mestizos. El día 25 de julio de 1531, diez años después de la Conquista de México, un ejército español derrotó a los chichimecas en Querétaro. Pero no había ni un solo español de la península entre ellos. Eran miles de indios españoles, dirigidos por un par de capitanes, indios también, a quienes se les nombró caballeros de Santiago. Se les incorporó directamente a la nobleza militar de la península. Y a los tlaxcaltecas se les dio automáticamente un fuero. Se les concedió el fuero de Vizcaya. Es decir, que se convirtieron en los vascos de México. (Risas). Eran unos privilegiados, por supuesto. Es algo que duró hasta la independencia. Y además ellos estaban encantados. Decían que eran vizcaínos. (Risas). Los de Bilbao ya sabes que nacemos donde nos da la gana. En cualquier caso, ellos tenían su fuero indio. Y mandaron su diputado a las Cortes de Cádiz. Eran los españoles del otro hemisferio. No eran unos indios a los que había que asimilar. Eran españoles, con los mismos problemas sociales que tenían los españoles de aquí. Que si había que pagar a los señores y estas cosas.

P: ¿Es exclusiva de España, esa manera de proceder?

R: Absolutamente. Esa manera de actuar era incomprensible en Europa. Porque en Europa existía otra cosa distinta. Existía la idea de la desigualdad. De las razas superiores e inferiores. Desde muy pronto, además. Eran aristotélicos pero en el peor sentido. En España lo que sí existía era el prejuicio contra los negros. Clarísimamente. Es algo que viene de la interpretación del Génesis. Cuando Cam se descojona de su padre al verle borracho en el suelo, Noé lo maldice y lo condena a ser esclavo de sus hermanos Jafet y Sem. Entonces, claro, la cosa era meridiana, en ese sentido. (Risas). Si la Biblia identifica a los negros con los esclavos pues no hay más que hablar. Los negros la han jodido. Aunque luego, con el tiempo, eso también se va atemperando. No hay que olvidar que donde la esclavitud resistió más fue en Brasil y en Cuba. Y con los indios no hubo problemas de este tipo. Todas las leyes de Indias y toda la bronca de Francisco de Vitoria y compañía fue para decir que eran iguales que nosotros. Llegaron a desarrollar hipótesis muy curiosas para defenderlo, además. Decían que eran las tribus perdidas de Israel y cosas así. Se hacían unas pajas mentales encantadoras. Todo para justificar que los indios eran iguales.

P: Volviendo a la península y recuperando el famoso debate entre Américo Castro y Sánchez Albornoz: ¿Qué papel jugó el islam en el desarrollo de la identidad cultural de España?

R: Bueno, yo creo que tanto España como Europa le deben al islam de Al-Andalus muchas aportaciones científicas. Desde la astrología hasta la medicina. Hay infinidad de estudios que han tratado ese asunto. Pero no le debe pensamiento. No le debe concepciones jurídicas. No le debe concepciones filosóficas. Nada de eso. Hombre, Asín Palacios decía que bueno, quien más, quien menos, le debe una cierta cosmovisión. El propio Dante Alighieri se habría inspirado en la escala de Mahoma para escribir la Divina Comedia, etcétera. Bueno, pero eso es literatura. No es pensamiento. La realidad es que eran dos concepciones del mundo muy enfrentadas. El caso de los judíos es más problemático.

P: ¿Por qué?

R: Porque los judíos son una fuente común, tanto para el islam como para el cristianismo. Américo Castro llamó la atención fundamentalmente sobre lo que supuso la expulsión de los judíos de España, antes que en las diversas concepciones semíticas que, a través del judaísmo, pudieron eventualmente entrar en la península. El vacío de lo judío sería algo así como una especie de fantasma del miembro amputado. Y eso sí que es fundamental. Yo creo incluso que la etnogénesis vasca es un resultado de la expulsión de los judíos.

 

P: ¿Y eso?

R: Es un poco complicado de explicar. Los vascos, desde el siglo XV, ocuparon los lugares profesionales que antes habían ocupado los judíos. Incluso los conversos. En el siglo XVI se especializaron en expulsar a los conversos de los despachos de la Corona. Alegaban la limpieza de sangre. Es una cosa muy rara que sólo pasa en España con los vascos. Porque hay un cruce entre la estructura estamental y la estructura castiza. Es decir, los vascos son hidalgos. Y cuando tienen que justificar por qué son hidalgos todos, responden que porque no vienen de sangre judía ni mora. En el resto de España los hidalgos eran sospechosos, en su mayoría, de ser cristianos nuevos. Hay esa historia de los tizones de la nobleza y de los libros verdes, que eran tratados genealógicos gordos que se publicaban para demostrar que casi toda la nobleza española venía de judíos. Y que todos tenían un antepasado común, que era Ruy Capón, el almojarife de doña Blanca de Castilla. En el Tizón de la Nobleza, el cardenal Francisco de Mendoza también defiende que toda la casta española y la alta aristocracia viene de judíos. Su explicación es que es una nobleza que proviene de linajes de mercaderes. Y Castro le dio mucha importancia a eso. Él decía que en las guerras civiles del siglo XIV entre don Pedro y sus hermanos bastardos, don Pedro se cargó a toda la antigua nobleza. Enrique II de Trastámara lo que hizo fue restaurar la nobleza con los mercaderes que le habían financiado la campaña y las Compañías Blancas. Enrique el de las Mercedes, le llamaban. ¿Qué pasa? Pues que en el XVI hay una serie de antiguos linajes castellanos que no han sido eliminados por completo y que dicen: "Bueno, nosotros somos de la antiquísima nobleza, nada que ver con esta nueva nobleza judía". No decían que eran vascos porque todavía no existía el concepto. Pero decían que eran vizcaínos. Eran cuatro familias: los Guevara, los Ayala, los Haro y los Mendoza. Durante mucho tiempo existió una gran bronca entre la nobleza, que condicionó bastante las relaciones entre los vizcaínos y el resto de castellanos. De ahí se explica de alguna forma la debilidad de la nación política. Hasta el siglo XIX existían mantas con los linajes en las iglesias españolas. La expresión "tirar de la manta" viene de ahí. No significa destapar algo. Era una amenaza que se hacía y que quería decir desplegar la mantas con los nombres de los antepasados, para ver cuántos eran judíos y habían sido penitenciados por la Inquisición.

P: Hablando de la Inquisición: ¿Cómo de determinante fue?

R: Yo creo que mucho. Ahora hay una especie de revisionismo curioso con ella, que trata de defenderla, de alguna manera. Pero yo creo que la Inquisición fue muy negativa para España. La separó de Europa.

P: ¿Hasta qué punto fue real esa España oscurantista, reaccionaria y negrolegendaria, enemiga de lo que luego serían las luces y la Ilustración?

R: Vamos a ver. La leyenda negra es una reacción vengativa de la Europa protestante contra España. Bueno, de la Europa protestante y de los franceses, que se apuntan siempre a un bombardeo en estas cosas. La política exterior de los Valois consistía en apoyar siempre a quien pudiera perjudicar a España, fuese el Papa o fuesen los turcos. Les daba lo mismo. Pero los que la empezaron fueron los calvinistas, los holandeses, después los anglicanos y ya por último, metidos en harina, todo el mundo. Lo cierto es que a partir del siglo XVI es muy difícil que España deje una huella en la civilización europea. Hay algunos casos, pero a pesar de ellos mismos. Un ejemplo es Servet. El antitrinitarismo de Servet es una gamberrada.

P: ¿No descubrió lo de la circulación pulmonar, también?

R: Sí, pero hubo tres o cuatro como él que la descubrieron al mismo tiempo. Y oye, es una aportación muy meritoria. Lo que pasa es que no es única. En realidad, lo que aporta Servet a la civilización europea, a pesar suyo, es el ideal de tolerancia. Y digo a pesar suyo porque es el ideal de tolerancia que defienden otros una vez ya lo han matado. Fue Castellio contra Calvino quien dijo que eso no se podía hacer. Decía eso, de hecho: "Nos estamos comportando como la Inquisición". El pobre Servet, por lo demás, no aportó gran cosa. Sus tratados pueden tener un interés cultural, arqueológico, dentro de la historia religiosa europea, pero no fue un gran pensador. No fue Vives. Otro caso que para mí es absolutamente trágico. Vives es el tercero, o el segundo, de las tres grandes figuras del humanismo cristiano. Con Erasmo y Tomás Moro. No hay nadie más. Son los tres ciceronianos. Los únicos que admitían que hablaban en el latín clásico y sublime de Cicerón. Y los tres, además, se escribían y eran amigos. Pero Vives tiene que salir de España porque, si no, lo matan. La Inquisición acaba con toda su familia en esa primera fase en la que todo fue una especie de locura de denuncias, de problemas de la Hacienda Real, que estaba arruinada y que tenía que expropiar a los judíos, etcétera. Un desastre. Vives no hablaba en castellano. Hablaba en valenciano, o en provenzal, para entendernos. Y su lengua de cultura era el latín. El que escribía en castellano y lo hablaba muy bien era Nebrija. Pero también prefería escribir en latín. En Europa el impacto de Nebrija es grandísimo, pero a través sobre todo de sus Introductiones latinae. La gramática latina de Nebrija. Con Nebrija se comienza a extender el latín de Cicerón como lengua de humanismo. El problema serio que existió en España con respecto al pensamiento contemporáneo se puede ver a partir de ese momento. La Inquisición, al crear esa especie de gran preservativo donde metió a toda la nación, para que no le llegaran las ideas de fuera, condicionó mucho su desarrollo posterior.

 

P: ¿Cómo una nación puede preconizar los primitivos derechos humanos en América y fomentar el fanatismo religioso de la Inquisición al mismo tiempo?

R: Porque una cosa es la igualdad de los indios y otra su obligada fidelidad a la fe verdadera. La Inquisición también funcionaba en América. Existen casos llamativos. El auto de fe de 1606 en Granada es contemporáneo al mayor auto de fe que se hace en México, donde se quema en efigie y se desentierran los huesos del que todavía hoy, para la ultraderecha mexicana, es el gran rabino de los neohispanos: el sastre lisboeta Antonio Machado. Los poetas Machado provenían probablemente de aquellos judíos portugueses que llegaron a España en la época de Olivares. Eran cristianos nuevos. De la cáscara amarga, que dirían los católicos. No eran judíos, pero tampoco católicos ortodoxos, ni mucho menos.

P: En el ámbito literario, sin embargo, es cuando comienza la época de mayor esplendor de España.

R: Sí. Y ahí se ve que la deuda con Italia es clara. En el siglo XV, el marqués de Santillana es el que empieza a decir aquello de los sonetos al itálico modo. El impacto de los tres italianos, de Dante, de Petrarca y de Boccaccio es muy fuerte. Luego llegaría Garcilaso. Y hasta Cervantes. No hay que olvidar que Cervantes tiene una juventud italiana. Sus Novelas ejemplares son sus novelas italianas. Existía una fascinación por Italia. Porque el Renacimiento italiano es la cultura clásica. En España, lo clásico anterior al siglo XV es muy poco. Si tú vas a las crónicas de Alfonso X el Sabio, que son muy divertidas, te encuentras interpretaciones curiosísimas de la mitología griega, pero sin nada de clasicismo detrás. La gente que está en la línea de la alta escolástica y que tiene su deuda con Aristóteles, mira a Aristóteles, pero sin haberle leído directamente. Han leído a sus compiladores. Italia, en cambio, tiene la fortuna de estar metida ahí, en ese espacio geográfico, con muchas ruinas clásicas, desde Sicilia hasta Venecia, y con una literatura medieval donde ya han empezado a tontear con los clásicos desde el siglo XIII.

P: ¿Pero cómo se explica la eclosión del Siglo de Oro en mitad de ese aislamiento cultural español que ha mencionado antes?

R: Es que eso es lo que a Kenneth Clark y a Harold Bloom les cabrea. Se trata de una cultura magnífica, pero muy española. No tiene traslado a Europa, precisamente porque es ultracatólica. Tú compara lo que es el teatro isabelino, que ya a mediados del siglo XVI es un teatro secularizado, con el teatro español. ¿Shakespeare era católico? ¿Era anglicano? ¿Qué hacía? Da lo mismo. Su obra es de una modernidad absoluta. Lo religioso no aparece por ninguna parte. Coge luego a Calderón o a Lope. Quien más, quien menos, ahí aparece tarde o temprano un sacerdote dando sana doctrina. Son comedias teológicas, con miras a lo divino constantemente. Y es una cultura impresionante, obviamente. Pero muy española. Clark lo dice clarísimamente. Los ingleses admiran y crean el gran mito, en el mejor sentido del término, de la pintura española. Ensalzan a Velázquez, a Murillo, no sé por qué, y a Goya. Pero Clark también añade eso que ya hemos dicho antes: "Son grandes explosiones, pero sin continuidad en el tejido civilizatorio". Teatro del Siglo de Oro: magnífico. Pero muere Calderón y la cosa se empobrece sobremanera. No hay tradición. Baroja lo decía con respecto a los vascos, pero sirve para los españoles: "Los vascos son tan tradicionalistas que a veces se acuerdan de lo que han hecho sus padres, pero nunca de lo que hicieron sus abuelos". Por tanto, se lo inventan. No hay memoria. No existe esa pulsión de continuidad y permanencia. Es un país muy bronco, España, en ese sentido. Cada generación se insubordina con la anterior de una forma absolutamente espantosa. Si todos los que nos han precedido son paletos y gilipollas, no vamos a ninguna parte. Y nos sigue pasando. Recuperamos nuestro legado para decir que no era para tanto. Pero hay cosas importantísimas. No solamente para nosotros, sino para toda Europa. Pecamos de una furia antipasatista que nos lastra demasiado. Es lo que ha sucedido con la Guerra Civil. Nadie sabe lo que pasó en ella, así que hemos construido una historia maniquea de derechas y otra de izquierdas. ¿Se pondrán de acuerdo alguna vez? Hemos dado por hecho que nunca lo harán, y, por tanto, casi mejor dejarlo todo en suspenso, meterlo entre paréntesis y a otra cosa. Otros, en cambio, son menos irenistas y dicen que hay que meter en la cárcel a todo voluntario de Falange en la Guerra Civil. Es algo que sólo pasa en este país. Será por guerras civiles en la historia de Europa. Pero ellos olvidan lo que tienen que olvidar. Menos Putin, claro. Putin creo que se estará acordando ahora de Lenin y de la invasión fallida a Polonia en el año veinte. La que paró Pilsudski. Porque Lenin quería hacer lo mismo que está intentando este ahora, sólo que se lo impidieron. Su intención era llegar hasta Alemania, bolchevizarla y de ahí extenderse a toda Europa.

 


 

P : En las últimas semanas se ha hablado más de los Sudetes y de Hitler, en vez de ese episodio.

R: Sí, bueno. Posiblemente sea porque es menos conocido. Como al Ejército Rojo le fue mal en Polonia, la historiografía soviética diluyó aquel fracaso dentro de la guerra civil en Rusia. Hablan de un pequeño revés, y tal. Pero fue un revés total. Pilsudski les metió una paliza a las puertas de Varsovia. Los polacos les impidieron hacer lo que está haciendo Putin ahora en Ucrania. Ellos pretendían comerse a Polonia para, desde Polonia, seguir adelante. Y eso es lo que va a hacer Putin desde Ucrania. Es lógico. Si el argumento es que quiere proteger sus fronteras y que no quiere tener misiles cerca, pues va a tener que seguir hasta Lituania y, dentro de esta paranoia, todo lo que caiga también. Es cierto que Hitler era lo mismo. Su justificación pasaba por la necesidad de aumentar el espacio vital de Alemania. Pero claro, a medida que vas aumentando ese espacio vital, necesitas más espacio vital.

P: Por volver al libro: ¿Por qué lo han escrito justo ahora?

R: Curiosamente, y en contra de todas mis malas expectativas, parece que se está vendiendo bastante bien. O eso es lo que me dicen los libreros. Otra cosa es que se lea. (Risas). No sé. Nuestra idea era aclarar un poco el asunto. Han salido un par de cosas en los últimos tiempos muy meritorias. Mi gran pega a este tipo de libro es que, si va a ser únicamente un libro enciclopédico, creo que es prescindible. Todo está ya en internet. Ahora, si lo que quieres es hacer un ensayo que explique la importancia de cada acontecimiento, la cosa cambia. No es lo mismo decir que Beato de Liébana hizo tal o cual cosa que cogerlo y explicar su relevancia dentro de la literatura apocalíptica cristiana de los siglos VII y VIII, cuál es su especificidad y por qué es importante en Europa. Eso sí que creo que había que hacerlo.

P: ¿Cómo se evita el riesgo de caer en el chovinismo con este tipo de libros?

R: Hay que hacer un esfuerzo. Gertrude Himmelfarb, que es una de mis historiadoras favoritas, con independencia de que fuese una neocon y la señora de Irving Kristol, decía que el historiador debe tener imaginación. Suficiente, al menos, para ponerse en el lugar de aquellas gentes sobre las que está hablando. No hay que ser excesivamente presentista. Desde el presente puedes entender mejor algunos aspectos, quizá. Pero otros se te escaparán. Debes situarte en una posición discretamente melancólica. Es decir, no vas a recuperar todo lo que se ha perdido, porque es imposible. Es lo que los psicoanalistas franceses llaman el zenonismo. La flecha de Zenón, que nunca alcanza el blanco. Y efectivamente. El hecho de ser ya nosotros mismos seres históricos, que vivimos en el tiempo y que tenemos poco para reconstruir el pasado, nos debe hacer instalarnos en una provisionalidad honesta, por así decir. Tenemos que hacer lo que podamos. Cultivar el dato. Pero no con esa obsesión positivista de conseguir la última factura de la luz del tipo del que estás escribiendo la biografía. Tienes que entenderlo. E incluso jugar con lo que hay de permanencia en ello. No somos tan distintos. El pasado es un país extraño, que decía aquel. Es algo que se ve más nítidamente cuando se estudia la literatura, tal vez. Precisamente porque en ella hay que hacer un mayor esfuerzo de imaginación. Más que con la pintura o la arquitectura, desde luego. La literatura tiene esa ventaja. Frente al cine, incluso. Te exige más, te puede parecer más aburrida, te lo pone más difícil, pero te obliga a imaginar cómo fue de lo que habla.

Fuente: www.libertaddigital.com

 

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